Lucas Haurie

Dos saltadores de mucha altura

El sector de los saltos sufre un estancamiento en sus marcas: los cuatro masculinos y tres de los femeninos (exceptuando la pértiga, una disciplina instaurada ayer para las mujeres) mantienen récords mundiales establecidos, como tarde, en la primera mitad de la década de los noventa. En féminas, existe el factor «soviético», pues Kostadinova, Chystiakova y Kravets se formaron bajo el Pacto de Varsovia; igual que Sergei Bubka, un genio sobre el que no caben dudas y a quien ningún pertiguista de la actual generación se acercará siquiera. Sin embargo, las plusmarcas de Powell (1991), Sotomayor (1993) y Edwards (1995) fueron logradas con el Muro de Berlín ya hecho cascotes y la IAAF concienciada de la importancia de ser creíble. Son marcas estratoféricas, sí, pero «humanas».

Los tres medallistas de ayer en el salto de altura prometen revitalizar la prueba en un futuro próximo. Bohdan Bondarenko rozó en su segundo intento los 2,46 que habrían desposeído a Sotomayor y a las Pistas del Helmántico, pues fue en Salamanca donde hace ahora dos décadas superó el cubano los 2,45. No tardará en hacerlo este chico que ganó el Mundial júnior en 2008, pero a quien un accidente tuvo todo 2010 saltando con una bota ortopédica. Juró que estaría recuperado para los Juegos de Londres, pero ahí no pudo brillar como su delfín, Mutaz Barshim, un veinteañero qatarí que se colgó el bronce olímpico y hace dos meses fue el primer humano en saltar 2,40 en el siglo XXI. Los duelos que se avecinan entre ambos serán leyenda.