Cine

Hollywood

Dramáticamente torturado

La Razón
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Si hay un cambio esencial que introduce el nuevo cine de Hollywood en sus estrellas masculinas es el antidivismo y la fealdad. El canon de los años 70 es Woody Allen, feo, neurótico y judío. Si conquista mujeres es por compasión y por su sentido del humor. En ese rango pueden colocarse las otras grandes estrellas: Al Pacino, Robert de Niro y Dustin Hoffman.

No era el erotismo uno de los componentes esenciales de estas estrellas. Ni la de Al Pacino ni la de Dustin Hoffman. Menos todavía la de Richard Dreyfuss y Jack Nicholson. Y qué decir de Donald Sutherland y Elliot Gould, o Gene Hackman y George Segal. Los más sexys fueron Robert Redford, Jeff Bridges, Richard Gere y Ryan O’ Neal. Lo que resulta una magra cosecha frente a los años dorados en los que Marlon Brando y Paul Newman competían con Clark Gable, Rock Hudson y Montgomery Clift.

Con el Nuevo Hollywood apareció un nuevo actor: el anti mito. Actores de físico corriente que trataban de insuflar al anquilosado cine americano de un nuevo estilo interpretativo con el que pudieran identificarse espectadores más críticos: gente corriente cuyo mayor atractivo era su naturalidad y frescura. Desde la posguerra, el realismo había ido en aumento, ya fuera con las dos escuelas de Stanislavski y Grotowski o la propiamente estadounidense.

El resultado fue una nueva generación de actores educados en el «método» como Dustin Hoffman, dramáticamente torturados, que interpretaban a personajes neuróticos, deformes o controvertidos. «El graduado» (1967) lanzó a la fama a Hoffman interpretando a un estudiante angustiado que se debate entre el amor y la pasión sexual por una mujer mayor. Con «Cowboy de medianoche» (1971) extremó la minusvalía física para componer su personaje de Ratso, y tras «Perros de paja» (1971) logró la gran interpretación que solamente se da una vez en la vida, «Tootsie» (1982): el actor que ha de disfrazarse de mujer para seguir en la carrera televisiva.

Conseguir dos Oscar por «Kramer contra Kramer» (1979) y «Rain Man» (1989) y hacer de Carl Bernstein en «Todos los hombres del presidente» (1976), además de media docena de interpretaciones legendarias, lo han convertido en una de los grandes actores contemporáneos, aunque sus años crepusculares sean peores que los de su ídolo Marlon Brando.