Venezuela

Economía en extinción

La Razón
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La economía venezolana se extingue y hay que suponer que el país esté al borde del incendio. Ya no hay dinero ni para pagar el dinero que el banco nacional debe poner en circulación. Una inflación que recuerda la de Alemania en 1923 hace que continuamente se necesiten billetes con una denominación que lleve un nuevo cero a la derecha. Se imprimen en EE UU, pero ya no hay con qué pagarlos. Lo anterior en pocas semanas se queda obsoleto. Haría falta una bolsa de billetes antiguos para pagar la compra, si tras colas de horas se encuentra algo.

Un proceso parecido lo experimentó Zimbabue, anteriormente uno de los países más prósperos de África bajo colonización británica, rebosante de riquezas naturales. Cuando el gobernante perpetuo desde 1981, Robert Mugabe, esperanza para el continente por su preparación y grandes cualidades intelectuales, pero cada vez más desquiciado mentalmente, se hizo con todos los poderes y consolidó su férrea dictadura personal y tribal, proclamó un Estado socialista, persiguió implacablemente a la oposición y empujó al abandono a los de origen europeo. El país se precipitó en una caída libre que lo llevó en 2010 al índice de desarrollo humano más bajo del mundo. Ahora le toca a Venezuela, que, con las mayores reservas de petróleo del mundo, ha seguido la misma lamentable senda, con resultados desoladoramente parecidos. ¿Qué tiene de extraño que sea un tema informativo de primer orden, dada tanto la magnitud del desastre como la íntima cercanía histórica y cultural del país, con cerca de un millón de venezolanos aquí y al menos otros tantos españoles allá? Pero a nuestra izquierda le resulta sospechoso ese solidario interés cuando lo verdaderamente sospechoso es el insolidario desinterés de algunos sectores izquierdistas. Ciertamente, Felipe González tuvo una gallarda actuación que honra a su partido, sobre todo si lo hubiera apoyado sin límites ni reservas. Con independencia de los sólidos méritos del régimen de Caracas para ser noticia, nada más sano y lógico que señalar la luctuosa experiencia venezolana para tratar de aprender en cabeza ajena y curarnos en salud. Enmudecer, mirar hacia otro lado y buscar toda clase de eximentes y atenuantes tiene también su poderosa lógica, lo que no tiene es nada de saludable.

El comandante se murió justo a tiempo, cuando el sistema tocaba el borde del abismo. La caída de los precios del petróleo, actuando sobre una industria extractiva arruinada por las citadas cualidades del régimen, no ha sido más que el empujón final. Al pobre Maduro no se le ocurre nada mejor que acelerar el proceso y buscar grotescamente culpables.