Julián Cabrera

Educación maltratada

Llama la atención que España, que dio al mundo un verdadero y auténtico ejemplo de transición política y que sentó a partidos y agentes sociales en torno a unos pactos para salir del atolladero económico, no haya superado fantasmas morales y políticos presentes en la falta de acuerdo por un gran pacto de Estado en torno al modelo educativo.

Me detendré en factores que sitúan nuestra educación como el «pim pam pum» del cortoplacismo político y que reaparecen en estos momentos en los que un Gobierno legítimo trata sencillamente de mejorar el nivel de la calidad de la enseñanza.

De entrada, la obsesión secular de la izquierda española por creerse en posesión del arcano de unos valores que han arrojado elementos positivos a lo largo de la historia, pero que no son exclusivos, por no decir que quedan arcaicos. No hay más que escuchar la amenaza en automático de Rubalcaba a propósito de derogar la actual reforma si el PSOE regresa al poder.

Tampoco se nos escapa el empeño en dirigir el foco de la crítica hacia aspectos muchas veces coyunturales de la reforma, ignorando que lo realmente fundamental y donde suspendemos es en las asignaturas troncales, sin olvidar la inclinación corporativa por establecer la relación causa-efecto entre recorte presupuestario y disminución de la calidad educativa. Una cosa es el dinero y otra, la gestión de la enseñanza.

Contrasta la obsesión por ver supuestos ataques a una lengua o el espantajo de la falsa vuelta del catecismo ripalda, con el nulo interés por que nuestros alumnos sencillamente no cometan flagrantes faltas de ortografía, ya saben, donde «cateamos» en los informes Pisa. Resulta curioso que en un país que se jacta de tener la mejor liga de fútbol del mundo ninguna de sus universidades se encuentre ni siquiera entra las cincuenta primeras. Da que pensar.