Brexit

EE UU y el brexit

La Razón
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El debate del Brexit, suscitado merced a las ocurrencias de un Cameron feliz en su rol de termita, tiene patidifusa a la «intelligentsia» de EE UU. Ciertamente va sobrada de sustos, con la candidatura del payaso Trump en el escaparate, pero ni siquiera así comprende los afanes por demoler la UE de sus primos británicos. La traición histórica de un primer ministro que primero jaleó el secesionismo escocés (en el momento en que acepta el referéndum da por buena la existencia de una soberanía popular segregada; esto es, la liquida), concluye ahora con este regalo al populismo antieuropeo y los harapientos fantasmas de un imperio que ya sólo tiene sentido en los libros de Kipling. Oh, sí, la UE sufre problemas estructurales, no sabe cómo desactivar la bomba de la inmigración, ha dado ejemplos de un egoísmo irreconciliable con cualquier trabajo en equipo, fomenta la burocracia, es incapaz de crear un relato económico común más allá del descalabro del euro y tiene por bandera una Comisión especialista en pufos, pero la alternativa espanta. Nadie lo ha explicado mejor que un nativo británico, el presentador de la HBO John Oliver, cuando la otra noche pasó a enumerar las desastrosas consecuencias económicas, políticas y sociales que supone para Occidente la parcelación de Europa. Tampoco sorprende que el político estadounidense más favorable al Brexit sea el mismísimo Trump. Comparte con los partidarios de la evasión un discurso distópico y una irrefrenable tendencia a manejar las cifras a capricho mientras promete castillos en el aire donde el hombre del futuro habitará ufano. A falta de argumentos e ideas los populistas viven de las ocurrencias. Mejores cuanto más gordas, disparatadas y radicales, por cuanto el griterío que generan los absuelve de activar sus dudosos circuitos neuronales delante del micro. El Brexit, como el muro en la frontera, como el «derecho a decidir» de los xenófobos escoceses y catalanes, son subterfugios con los que entretener a un electorado veledioso mientras asaltan el poder. De ahí que en EE UU solo los muy desorientados, o directamente los enemigos de la democracia, celebren la posibilidad de una UE sin británicos. EE UU, en fin, presume de aislacionista y, al tiempo, cultiva un espíritu generoso que le lleva a intervenir por el mundo. Su alma bifronte, escindida, tercia en pos del retiro y de la exploración, de la melancolía y el optimismo. Al final, cuando hay que tomar partido, mancharse y hacer sacrificios, el país siempre estuvo en primera fila. Dispuesto a intervenir allí donde fuera menester por el bien de sus intereses y el de sus socios, que casualmente son las principales democracias del mundo. Franklin D. Roosevelt explicó que «todo gran poder conlleva una gran responsabilidad» y que «nosotros, como estadounidenses, no elegimos negar nuestra responsabilidad». Truman Capote añadió que «cuando Dios le entrega a uno un don también le da un látigo, y el látigo es para autoflagelarse». El don para alimentar terremotos de Cameron lo usan los cínicos para desmochar la novela de Europa mientras en EE UU asisten pasmados a la calamitosa deriva de un continente en llamas.