José María Marco

Egipto cristiano

La Razón
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La matanza en la Catedral de San Marcos –fundador de la iglesia egipcia, la más antigua del cristianismo– señala un empeoramiento de la situación en un país crucial. Hace algún tiempo, después de la caída de Mubarak y el paso de los Hermanos Musulmanes por el Gobierno, pareció emerger un consenso acerca de la necesidad de dejar atrás el islam como la solución a los problemas políticos de Egipto. La experiencia había sido breve, pero intensa, y de hecho arrancó poco después de otro atentado, en enero de 2011, contra otra iglesia copta, entonces de Alejandría.

Aunque no empezó del todo mal, la Presidencia de Morsi dejó ver pronto el radical anticristianismo de la Hermandad, empeñada en transformar un enfrentamiento político en una guerra de religión. Fue la caída de Morsi la que abrió aquella etapa de esperanza, aunque para entonces entre la comunidad copta y los Hermanos Musulmanes se había abierto un abismo imposible de salvar.

El enfrentamiento venía de lejos y desde los años 70 ha obligado a los coptos a encerrarse en sus propios recintos culturales y religiosos, en sus propias iglesias, en sus propios círculos. Así se han ido rompiendo los lazos que existían entre musulmanes y cristianos egipcios. Apenas debe de quedar ya terreno común (hace poco tiempo todavía había algún templo, algún santo ante el que todos rezaban juntos) y el terreno público ha quedado invadido por un islam cada vez más militante, más agresivo, que los gobiernos han tolerado a la espera de que se modere.

La oportunidad se cierra de nuevo, entre un comunitarismo a la fuerza que coloca a los coptos en la situación de minoría (des)protegida, al albur de unos equilibrios entre fuerzas sobre las que no tiene control, y una agresividad renovada por parte de grupos terroristas que la caída de los Hermanos Musulmanes no ha hecho desaparecer. El problema es que la desnacionalización de Egip-to, que es el proceso en marcha desde hace tiempo, sólo puede conducir al enfrentamiento. No hay forma de expulsar a los entre ocho y diez millones de cristianos coptos. Tampoco los coptos se van a ir. Los egipcios tendrán que esforzarse por encontrar la fórmula, nacional o de otra clase, que les permita volver a vivir juntos. La persecución del cristianismo equivale en este caso a la voluntad de acabar con el país.