Ángela Vallvey

El 13

Anacreonte pasaba el tiempo cantando las delicias del vino y las uvas, y chismorreando sobre la vida sexual de Safo, la gran poeta de la antigüedad (digo poeta y no «poetisa», que es una palabra innecesaria y cursi, pues ¿acaso «poeta» no está ya en femenino...?). Anacreonte era un poeta que detestaba el paso del tiempo, la vejez le parecía una indignidad, al contrario que a los chinos, que consideran que la edad otorga dignidad al más innoble de los seres. Él prefería a las muchachas tracias de temperamento, los banquetes y las borracheras y, de haber nacido en nuestro tiempo, hubiese podido, perfectamente, ser el autor de la mayoría de las canciones de Julio Iglesias: «Y es que yo, parapapá, amo la vida y amo el amor, parapapá...» (por ejemplo). Tuvo una larguísima existencia, así que vivió más tiempo como un viejo que como un joven. Y apuesto doble contra sencillo a que fue afortunado, y consciente de serlo. Porque quien vive vence. Domina el tiempo, que siempre parece el gran enemigo cuando, en realidad, es nuestro aliado: ¿qué sería de nosotros sin el tiempo, qué podríamos hacer viviendo congelados en una eterna postal sin movimiento? Nada, claro. Debiéramos tener, con respecto a los años que se han ido, la educada actitud que tenía con los maleantes monsieur Roch, verdugo en el París del siglo XIX, que decía: «He mantenido con los mayores criminales relaciones muy delicadas, pero estoy convencido de que ninguno de ellos me guarda ya rencor».

Según Valerio Máximo, Anacreonte murió porque se tragó una uva del revés. Aunque yo supongo que también tuvo algo que ver el hecho de que, para entonces, el poeta era más viejo que la tos. Ustedes, no se atraganten. Y que el 2013 sea mejor. Que sea muy feliz. (¡Salud!).