Cristina López Schlichting
El 15-M y la olla
En mi casa se montó la revolución. Mis hijos mayores se echaron a la Puerta del Sol con los sacos de dormir e invitaron a todo tipo de seres pintorescos. Recuerdo a un chaval, con quien conservamos amistad, que me abordó en mi pasillo, recién salida de la ducha, con el pelo mojado y envuelta en albornoz. «Hola», saludó. «Encantada» –contesté, todo lo circunspecta que pude de semejante guisa– «¿Cómo te llamas?», supe añadir, y va el tío y me dice: «Soy Carlos, de Granada, vivo aquí hasta el domingo». ¿Qué iba a decir? Me retiré con la dignidad que me quedaba en mi precaria condición de bañista y añadí más lentejas a la olla. Cuando me preguntan ahora por el 15-M, expreso mi asombro por una rebelión que sacó a mis hijos de su sopor, los embriagó de pasión por la política e hizo que se interesasen por la cosa pública. Esta generación de niños del bienestar, herederos de trabajadores denodados que hemos acostumbrado a nuestra prole a un nivel de vida sin precedentes en la Historia de España, padecía un letargo preocupante. No hay peor cosa que un ciudadano resignado a que el poder haga lo que quiera con él. Ver de repente a mis adolescentes envueltos en acaloradas discusiones sobre formas de gestión o justicia social me llenó de esperanza. Sus ideas me eran tan cercanas como las costumbres del oso hormiguero, pero siempre he preferido la diferencia política a la indiferencia. De aquellas jornadas recuerdo anécdotas muy graciosas. Por ejemplo, aquella en que, vista la dimensión del puchero, recomendé a los chavales que comiesen en los comedores del campamento estable de la Puerta del Sol. ¡Qué indignación les sobrevino! «De ninguna manera», dijo uno de ellos, «se come fatal». O aquella deliciosa ocasión en que me reprocharon ser una «capitalista corrupta», sólo instantes antes de pedirme la paga de la semana. Celebramos esta próxima semana la memoria de aquellos campamentos históricos –aunque sólo sea porque probaron una vez más que la Historia y los hombres son impredecibles– y a mis hijos, la verdad sea dicha, se les ha pasado mucho el ansia revolucionaria. Han consolidado, sin embargo, el interés por la cosa pública y la capacidad de involucrarse en una discusión social. El movimiento de marras cuajó en nuevos partidos de izquierda y, sobretodo, en la ampliación de la lista de partidos con posibilidades reales de poder. Yo creo en la democracia y, por lo tanto, me parece todo muy bien.
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