Reyes Monforte
El alma de la vida
Lo único positivo de la pesadilla absurda e infame vivida en París es que no nos hemos quedado sin palabras por mucho que lo intentaron. Se apagaron algunas voces, pero surgieron otras con más fuerza para honrarlas. Es cierto que ninguna palabra, ninguna idea ni ningún dibujo merece la pérdida de una vida humana, pero eso sólo lo entienden los que saben utilizar el lenguaje y no los que se enorgullecen de tener un encefalograma plano abierto al más burdo lavado de cerebro.
No es la primera vez que en los medios de comunicación y en la sociedad se intenta silenciar las palabras por ser el ropaje de las ideas y de la libertad de expresión. En la misma ciudad, París, cuna de la revolución en tantos momentos históricos, lo vivieron con el crimen de Jean Jaurès, fundador del diario L´Humanité, asesinado el 31 de julio de 1914 de dos tiros en la cabeza mientras se encontraba en el Café Croissant hablando con sus colegas sobre la necesidad de detener la Primera Guerra Mundial. Había escrito un extenso artículo para concienciar a la sociedad europea de que la guerra podía pararse, que se publicaría al día siguiente. Pero lo que apareció en la portada del diario fue la noticia de su asesinato y no las palabras de su artículo J´accuse. Una pregunta recorrió las calles de París: «¿Pour quoi ont-ils tué Jaurès?» (¿Por qué han matado a Jaurès?). 100 años después se repite la misma pregunta. Tras el asesinato de sus dibujantes, la portada del «Charlie Hebdo» se mantenía fiel a su espíritu: «Urgente: se necesitan 6 dibujantes». El propio «L’Humanité», el diario que fundó Jaurès en 1904, se solidarizó con el titular «La libertad está asesinada» y publicó una edición especial con el «Todos somos Charlie», tres palabras que han recorrido un mundo decidido a no quedarse callado ante la barbarie. El silencio es el desierto de las palabras y ese hábitat huraño y yermo es el ambicionado por los terroristas. Desde el principio, estos nuevos iluminados que se presentan como los salvadores del mundo mostraron su miedo por las palabras, bien por incapacidad manifiesta bien por pura ignorancia. El propio Bin Laden definió la sinrazón de su proyecto del terror diciendo que «este asunto es más grande que las palabras». Se equivocaba. No hay nada lo suficientemente grande que escape a las palabras, escritas o dibujadas, porque son el alma de la vida.
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