Martín Prieto

El ancla de la familia

En una charla para pasar el rato discutíamos el Embajador de España, Marqués de Busianos, francófilo con media vida profesional pasada en Francia, y yo francófobo sostenedor de que los galos disfrutan viendo sufrir a España desde Asterix y Obelix. Me desarmaba José Luis Messía: «Lo que tenemos que ver en los franceses es su poderosa emoción por la vida». Pues algo les habrá fallado porque han sido los primeros en suicidarse por la crisis que ya empieza a ser de identidad. En 2009 los empleados de «France Telecom» se defenestraban y hubo que cambiar la dirección. El año recién pasado la muerte por mano propia se ha disparado un 30% cundiendo el desconcierto. El suicidio tan euronórdico o japonés se ha hecho mediterráneo. En España insistimos en velar el suicidio como una lacra social cuando hasta el catolicismo lo considera un accidente mental. Joseph Conrad no suicida a Lord Jim sino que le deja al albur de un agraviado. Los médicos gabachos culpan al estrés, que era un alifafe de yuppies como la jaqueca de las damiselas, de ser más letal que el tabaco. Entre nosotros el estrés maligno lo están sujetando las familias, ese núcleo duro de la estructura social más indispensable que los partidos políticos, los sindicatos, las patronales, y que reciben ayudas limosneras o patadas judiciales en la puerta. El acto madrileño del cardenal Rouco en pro de la familia tiene también una lectura laica. No hace falta ser católico ni siquiera cristiano para dar clamor a la institución familiar que está supliendo el crédito bancario personal. Hasta adentrándose en los Evangelios Apócrifos se descubre una Sagrada Familia sorteando dificultades domésticas y laborales. Cinco minutos antes del final lo que te ancla al alféizar de la ventana es la familia, que también estresa pero es el calabrote que te amarra al barco de la vida. Se preguntan los analistas por qué no hay tiroteos en las calles ni penden los ahorcados de las farolas. Ni en Grecia han llegado a tanto. Algún optimista antropológico sostiene que lo que pasa es que la crisis no es tan grave. Sin las familias como amortiguadores ya estaríamos socialmente descarrilados.