Cristina López Schlichting

El bebé en la llaga

La Razón
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Recuerdo a mis mayores sorprendidos en la Transición por las chaquetas de pana de Felipe González y los ácidos ataques de Alfonso Guerra. Luego Alfonso resultó un fervoroso de Mahler y Felipe, una persona sensata. Es más, hoy hay pocos mejor vestidos que ambos. Lo grave no son las rastas, ni la banda valenciana, ni el bebé. Ni siquiera el puño en alto, que me da una grima mortal porque lo he visto en Berlín y en Budapest antes de la caída del Muro. Lo malo es que –como ha recordado acertadamente Pedro Narváez aquí debajo– a los que Arriola caleficó como «cuatro friquis» sin importancia, ahora son parlamentarios. La pana de los setenta no era el meollo político del PSOE pero, ojo, sí que contribuyó a su popularidad. Había mujeres que gritaban que querían un hijo de ese melenudo joven de labios gruesos. Son pocos los que llevan rastas, pero mucha gente se siente representada por ellos. Cinco millones de electores, por ahora. Harían bien los sociólogos y expertos de los partidos en preguntarse qué tienen de atractivo estos chicos y chicas atrabiliarios. Esto es lo que esta semana he querido rescatar del bebé Bescansa. Ya sé que es una señora de posibles, de familia de empresarios, que además tiene una estupenda guardería a su servicio. Ya sé que el Congreso es un establo de gérmenes desde el punto de vista de la puericultura, pero resulta que muchas mujeres se reconocen en la estampa de una mujer que duplica sus fuerzas para criar a sus hijos y seguir el ritmo laboral. En España no se valora la maternidad. Lo que es un timbre de orgullo en el norte de Europa, constituye aquí un dato irrelevante en el currículo profesional. Detrás de cada carrera de una madre hay un mundo de noches sin sueño, visitas a colegios y médicos, impuntualidad y pucheros puestos en plena noche. Y nadie habla de eso. La maternidad de la trabajadora es un ejercicio clandestino. Es clara la demagogia de Podemos, no creo en absoluto que este partido abortista y anti familia vaya a hacer nada por nosotras, pero me reconocí del todo en esa diputada de rasgos cansados que lucha por conciliar trabajo e hijos. Ése es el punto que casi nadie ha sabido ver. Muchas, muchas veces tuve deseos de llevar mis bebés a la redacción, para que alguien viese lo que yo «tenía encima». El truco de marketing de Podemos resulta eficaz, sencillamente porque las ayudas a la maternidad y a la familia han brillado por su ausencia. La izquierda, con su feminismo mal entendido, ha censurado la faceta maternal de la mujer; la derecha, eternamente acomplejada, ha sido cicatera y se ha hecho abortista. Que no les extrañe ni a unos ni a otros que muchos ingenuos piquen y derramen lágrimas de emoción por el bebé. Puede que Iglesias y Errejón se apunten con el tiempo a los trajes, pero hasta entonces pueden originar muchos estragos.