Restringido
El burkini
El burkini es el último grito en bañador musulmán, una cubierta estilo neopreno, de la cabeza a los pies, con un mini vestido encima. Marks&Spencer puso la prenda a 50 libras e hizo furor. No hay problema en que la gente se bañe como le dé la gana, pero me he sorprendido reaccionando negativamente al ver la prenda. Suelo llevar alguna medalla religiosa al cuello y no me molesta que una monja use velo, ni que una musulmana se cubra la cabeza, así que estoy perpleja conmigo misma, que es cosa sana a los 50. En Marsella, el tema se ha liado cuando una asociación, que trabaja con mujeres en barrios de mucha implantación islámica conservadora, anunció para el 17 de septiembre una fiesta en un parque acuático en el que las instalaciones se cerraban para señoras con sus hijos, que se daban citan con la polémica prenda. La propuesta ha desatado un enconado debate y tanto la ultraderecha como el alcalde de Marsella, el ex socialista Michel Amiel, se manifestaron en contra. Al final, la asociación ha cancelado el encuentro, pero ha denunciado haber recibido amenazas, incluso una bala enviada en un sobre. Esto empieza a complicarse. Hemos visto budistas con túnicas azafrán con tambores por las calles, mujeres saudíes con la cara tapada caminando detrás de sus maridos y, por supuesto, a las de Femen enseñando sus partes de vez en cuando, incluso a los obispos, ataviados con sotanas hasta los pies. Cuando viajaba para los periódicos por Oriente Medio y el Golfo Pérsico me veía obligada a cubrirme enterita y me daba para crónicas muy graciosas para los periódicos. En Irán me caí, por culpa del larguísimo y complicado chador, al tropezarme con una acera de la ciudad sagrada de Quom. En Yemen las mujeres con la cara descubierta –especialmente con ojos azules– experimentábamos un desagradabilísimo acoso sexual. Recuerdo un tipo intentando frotarse contra mí ¡durante la visita a un museo! Siempre he sido respetuosa con las costumbres locales. Sé de sobra que el cuerpo tiene mil tratamientos diferentes y que un escandinavo, por ejemplo, permanece indiferente ante un desnudo del otro sexo en una sauna, mientras que en España a muchos hombres se les salen los ojos de las cuencas cuando ven una señora en pelotas en las playas. Reconozco sin embargo que me desagrada el burkini. Creo que las mujeres viven en los países musulmanes una situación injusta, lo creo sinceramente. Padecen la poligamia, no tienen los mismos derechos y su testimonio en un juicio o su posibilidad de heredar es menor.
No quiero que eso pase aquí. Estoy feliz de enseñar lo que me dé la gana sabiendo que no hay juez alrededor que, en caso de agresión, me diga: «Señora, la culpa es suya». Me protege un sistema entero contra los más bajos instintos. Y no quiero que cunda la especie de que para ser decente hay que llevar burkini. A ver cómo se concilia eso con el respeto al otro y las libertades. Uff.
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