José Luis Alvite

El caddy de la muerte (I)

El caddy de la muerte (I)
El caddy de la muerte (I)larazon

En mis noches de aprendizaje entre los tipos duros de los antros a las afueras de la ciudad me dediqué durante algunos meses a observar el comportamiento de los veteranos del gremio. También me arrimé poco a poco a quienes me pareció que podrían ser mis maestros, aunque he de reconocer que la mayoría de ellos tenía poco desarrollado el instinto pedagógico y jamás conseguiría que fuesen mis monitores en aquel submundo turbio y atractivo en el que ni siquiera era seguro que tuviesen bien guardadas sus espaldas las paredes. En un momento en el que el rudo Pepe Bahana creyó oportuno sincerarse conmigo y darme algunas instrucciones, me dijo: «Lo primero, muchacho, será que te hagas con un sitio fijo en la barra y que todo el mundo sepa que ni en caso de incendio habría una sola llama que pudiese ocupar sin permiso tu lugar. Otra cosa: bebe con calma; que nadie piense que tienes un vicio o que te puede la sed. Ocurra lo que ocurra a tu alrededor, jamás pierdas la calma; que parezca que el miedo fue tu compañero de pupitre en la escuela. Tienes que saber que un hombre solo tiene que jugarse la vida si es por la simple conveniencia de salvarla. Palabras, las justas. Y nada de sincerarte con las chicas a la tercera copa. Esa es siempre la copa más peligrosa, de modo que te recomiendo que la tercera copa la tomes después de la sexta copa, ya me entiendes. Esto es como en el matrimonio, muchacho, que tu verdadera primera mujer suele ser siempre tu tercera esposa. Hay muchas otras cosas que conviene que aprendas, pero de momento solo te diré una más: no te entusiasmes con estas chicas, hijo. Si la mirada de una de ellas traspasase tus pupilas, estarías perdido. Míralas, muchacho, pero hazlo con indiferente desidia, como si la luz de tus ojos fuese barba de tres días»...