Pedro Narváez
El callejero de Carmena
Las balas de la incultura se disparan con la sonrisa de la abuelita Paz de Manuela Carmena, la ventrílocua de Podemos en el callejero de Madrid, que girará del gusto izquierdista cuando algunos pensaban que los soviets eran ya sólo el título de un álbum de Tintín. Es sólo oír General Primo de Rivera y se cuadran antifranquistas, como, en su momento, unos indocumentados del Ayuntamiento de Jerez que no cayeron en la cuenta de que el militar y dictador de Alfonso XIII había muerto seis años antes del golpe. Estudiar para ser analfabeto. Su estatua ecuestre se salvó por los pelos del caballo. A saber qué tiene pensado el Kichi de Cádiz para Pemán o Carmena para Julio Camba, de quien un solo folio bastará para sanarnos de la mediocridad, un arte que jamás soñarían las tesis de Monedero y Errejón; o de Muñoz Seca, cuya luz literaria acabó ensangrentada en Paracuellos, razón suficiente para estar en la lista que en su día hizo Izquierda Unida con nombres que deberían estar proscritos de las calles, tal vez para olvidar que el asesino era uno de los suyos. La amnesia es el mejor antídoto contra el remordimiento. En aquel listado de la formación comunista estaban Salvador Dalí, que hizo de su amistad con Franco una «performance» surrealista; Josep Plá, Manuel Machado, Gómez de la Serna, que seguirá de inspirador de modernos hasta el siglo XXII –«la pistola es el grifo de la muerte»–; o Eugenio d’Ors, de quien podían aprender su célebre «Todo lo que no es tradición es plagio». Los verdugos de Podemos acabarán quemando las películas de Berlanga porque en su juventud se enroló en la División Azul. Ya se entiende que el ex barbudo Zapata tuviera como unidad de destino en lo universal ser concejal de Cultura para redondear su obra maestra. Lo del humor negro va en serio.
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