María José Navarro

El carné

Ya saben mis leales seguidores (uno o ninguno) que servidora, como buena escritora de culto tirando a pelagra, no conduce. Jamás lo ha intentado. Vds. ahora mismo no me lo valoran, pero sus familias y sus seres queridos se han librado, por ejemplo, de un tantarantán letal o de un atropello tonto. Por responsabilidad y sobre todo, porque no quería marchitar mi «juventú» en una celda, decidí que ni hablar del peluquín. Una vez probé en una parcela, arranqué, puse tercera y acabé en la red de una portería de futbito. Mi madre y yo, sin embargo, somos grandes conductoras de oído, estupendas copilotos, cada una en su estilo. Yo me duermo como un ovejo modorro (así que no doy la turra) mientras que mi madre, por el contrario, da las indicaciones exactas y concluyentes (incluso para aparcar) a su amiga Paquita, que es la que tiene carné, pero que no conduce un pimiento. Nos avisan de que a partir del próximo 21 de enero habrá cambios para conseguir el permiso de conducir y consisten fundamentalmente en que te busques la vida y te orientes porque el examinador no te va a dar más que la indicación «tire hacia la plaza de toros pasando por el río». Eso sí, dicen que puedes usar GPS. Entre los nervios, que no soy precisamente una brújula humana, y la manía que le tengo a la señorita del aparato, me congratulo de ser peatona trotona. Dicen, además, que quieren que los veteranos se reciclen cada poco y aprendan de neumáticos y presiones. ¡Ya no quedan hombres que cambien ruedas pinchadas a macizas! Una suerte que ni conduzco, ni voy a aprender. Sólo me queda lo de estar buena. Y tampoco.