José María Marco

El «caso Morín»

El doctor Morín está acusado de haber practicado 89 abortos ilegales, además de otros delitos. Su absolución por la Audiencia Nacional, a principios de este año, causó asombro. Resultaba difícil entender por qué la Audiencia descartaba como pruebas las grabaciones de vídeo realizadas dentro de la clínica y las declaraciones de uno de los testigos durante la instrucción. Las grabaciones y la declaración de la testigo (protegida) sobre la destrucción de restos humanos ofrecían, y siguen ofreciendo, un material que cualquier tribunal tiene por lo menos la obligación de valorar. No cabe la menor duda de que la sentencia de la Audiencia de Barcelona fue dictada de buena fe, jurídica y ética. Lo grave de este caso era la sensación de que unos actos tan brutales quedaran no ya sin castigar, sino sin investigar siquiera.

Las sociedades actuales han alcanzado un punto desconcertante en cuanto al juicio moral. Por una parte, somos hipersensibles a cualquier mínimo indicio de violencia, algo que resulta positivo, sin duda. Al mismo tiempo, nos mostramos indiferentes a brutalidades como los cerca de 120.000 abortos practicados al año en nuestro país, no digamos ya aquellos de los que se acusa al doctor Morín. Hay hechos de muy distinto orden que no suelen merecer más que algún comentario condescendiente, si es que merecen algo. Véanse por ejemplo los actos terroristas cometidos fuera de los países occidentales, o la persecución religiosa, antes de judíos y ahora de cristianos, en bastantes países de mayoría musulmana.

Y es que parece que nos hemos instalado en una especie de nirvana cínico. En la segunda mitad del siglo pasado se derrumbó la utopía que anunciaba el advenimiento de la felicidad en la tierra, fruto de un progreso que durante mucho tiempo pareció fuera de cualquier duda. Lo lógico, después de aquello, habría sido volver al realismo en la consideración del ser humano y, al mismo tiempo, recuperar la vigencia de la dimensión moral de nuestra conducta. No ha sido así, y mucha gente se queda sólo con lo primero. Haber vuelto a descubrir lo que era obvio (que el ser humano es capaz de lo peor) lleva a imaginar que sólo es capaz de eso. Así quedamos eximidos del deber de enfrentarnos a la dimensión moral de la realidad y, además, a la responsabilidad que siempre nos incumbe, por muy atenuada que parezca. De ahí que sea importante que los hechos ocurridos en las clínicas del doctor Morín sean investigados y expuestos a la luz pública con la máxima claridad.