José María Marco
el centro derecha, entre el mutismo y la frivolidad
Es posible que bastantes cargos del Partido Popular estén satisfechos pensando en que la retirada de la reforma de la ley del aborto les devuelve a la centralidad que habían perdido por unas promesas hechas en un momento de especial confrontación política. Tendrán razón... a medias. La cuestión del aborto está relacionada con la sociedad que empezó a surgir en los años sesenta y setenta. En torno al aborto giran por tanto cuestiones esenciales acerca de la autonomía de las mujeres, la emancipación sexual, la libertad de los individuos para definir su propia vida. No es de extrañar que el aborto haga cristalizar una mayoría social que un gobierno está en la obligación de tener en cuenta.
Esta realidad no impide, sin embargo, abordar la cuestión del aborto de una manera moderada. No se ha hecho así, sin embargo. De tomarnos en serio al Gobierno, tendremos que pensar que efectivamente existía el convencimiento de que se podría llegar a un pacto con el PSOE con una propuesta como la que hizo el ministro de Justicia.
Éste es el primer error del centro derecha español. Con el PSOE no existe la posibilidad de diálogo. Existe –a medias– en aquellos asuntos en los que está en juego la supervivencia misma de la izquierda, como la Corona. Más allá estamos en territorio comanche, sin reglas, sin compromisos, sin pactos, sin otra agenda que la que en cada momento pueda convenir a los socialistas. Pensar que se iba a alcanzar un pacto en un asunto como el del aborto, y a partir de la propuesta retirada, resultaba de una frivolidad asombrosa. En realidad, esta actitud revela una de las dimensiones psicológicas y morales más características de nuestro centro derecha. Es su profunda inseguridad. El centro derecha político español dio por perdida desde el principio de la democracia la posibilidad de mantener una posición propia sobre muchos de los aspectos relevantes de la realidad cultural, social y política. En vez de eso, ensaya varias tácticas. La primera es amoldarse a lo que la izquierda propone: siempre estamos tanteando el terreno por miedo a ver si nos salimos demasiado de lo que dice quien tiene la capacidad de dictar lo que se puede y lo que no se puede hacer. Otra táctica, también característica, consiste en refugiarse detrás del Estado o de la indiscutible realidad de los hechos. Es el tirón tecnocrático, funcionarial, también regeneracionista, del centro derecha. Siempre parece andar suspirando por que llegue el momento de librarse de ese ejercicio enojoso que es la política. Gobernar como quien gana unas oposiciones o dirige la subsección segunda de la tercera dirección general de un departamento administrativo... ¡Qué maravilla!
La tercera táctica consiste, finalmente, en evitar en la medida de lo posible el debate intelectual, la elaboración de ideas y de propuestas propias. Es como si se pensara que a la gente no le gusta pensar mucho. Su respaldo lo conseguirá quien no les exija demasiado en este terreno. Es dudoso que esto haya sido así nunca, pero lo es menos aún en sociedades tan complejas como la española. Cada vez menos se puede llevar a cabo una política sin hacer visible el marco general que la sostiene: ni en el asunto de la secesión de Cataluña (que trae aparejada una reflexión sobre la identidad de España), ni en las reformas encaminadas a salir de la crisis, ni, claro está, en una reforma de la legislación sobre el aborto. El centro, que es donde están los votos y los electores, significa atraer a una mayoría a ese gran espacio donde las cosas son debatibles. El centro no consiste en el mutismo ni en la frivolidad. Consiste en confiar en el interlocutor, y si éste no puede ser el PSOE, habrá de ser la sociedad. No es mala alternativa, dicho sea de paso.
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