Francisco Marhuenda
El cesarismo presidencialista de Mas
El discurso soberanista está basado en mitos, mentiras y distorsiones de la realidad. Artur Mas ha forjado un personaje mesiánico que nada tiene que ver con el funcionario gris que fue protegido por Jordi Pujol y su familia durante décadas. El «hereu» se considera el nuevo mesías del nacionalismo catalán que tiene que llevar al pueblo elegido a la tierra prometida. La transformación de Mas causa sorpresa y, como buen converso, ahora es más independentista que Oriol Junqueras. No hay nada que sea suficiente para alguien que ha descubierto el nacionalismo cuando tenía más de cuarenta años. Hasta ese momento avanzaba con paso firme en el sistema corrupto, política y económicamente, organizado por Jordi Pujol, donde la lealtad al líder era el valor más importante para escalar en el Gobierno catalán. Pujol se había desembarazado de los viejos compañeros de viaje y estaba rodeado por la generación de sus hijos, con alguna excepción, que aplaudían como buenos fans cualquier decisión del líder carismático. Ahora renuncian al padre, aunque con la boca pequeña, no sea que decida hablar, hablar y hablar hasta demoler el «oasis catalán», porque el ex presidente tiene muy buena memoria. Nunca me sorprendió cómo los consejeros temblaban ante sus enfados y asumían cabizbajos cualquier bronca. El cesarismo presidencialista catalán era tan intenso y profundo que no había vergüenza o dignidad.
Mas nos quiere conducir ahora a su particular tierra prometida. Está dispuesto a eclipsar a Maciá, Companys, Pujol y al resto de nacionalistas del panteón idealizado de la Cataluña contemporánea. Estamos ante el patriota que enlaza con el mito de Wifredo el Belloso o las gestas de 1640 o 1714. Nada es suficiente para el político imbuido de esa misión histórica y, por supuesto, nada le complace más que el choque directo con el resto de España. No hay que olvidar el profundo desprecio que ha tenido siempre un sector de la burguesía catalana hacia lo que denominaban los charnegos, andaluces o murcianos. No es algo que me hayan contado sino que lo he vivido desde mi juventud aunque ese complejo de superioridad, según el que los catalanes éramos más europeos y cultos, siempre me pareció, realmente, de inferioridad.
Mas es un prototipo de la burguesía catalana advenediza, de escaso recorrido, que ha destruido las empresas que ha heredado. El abuelo las creaba, el padre las mantenía y los hijos las perdían. Pocas empresas han conseguido superar esa maldición que explica la ausencia de una auténtica continuidad. Es cierto que los catalanes hemos sido emprendedores, pero el pujolismo y la burocratización de la Generalitat fueron letales porque dieron paso a un sistema, además de corrupto como hemos podido comprobar, sustentado en una concepción del amiguismo político donde lo importante era abrazar fervorosamente el nacionalismo. Durante décadas, Pujol y su partido han marcado el canon de lo políticamente correcto en Cataluña. A esto cabe añadir la enorme fuerza que les ha dado el control de los presupuestos catalanes a la hora de favorecer o ignorar a los empresarios. Finalmente, el papel de bisagra ha sido muy útil para que Convergència se convirtiera en una eficaz gestoría, como lo fueron la Lliga y Cambó en el pasado, de los intereses de la burguesía.
Pujol sentía un gran complejo de inferioridad frente a la burguesía tradicional y sus instituciones, como era Fomento del Trabajo, la poderosa patronal catalana. En cierta ocasión me dijo: «¿Te has dado cuenta de que para ser algo en Cataluña te tienes que llamar Trias?» refiriéndose a los Trias Fargas, Trias de Bes, Trias y Vidal de Llobatera así como a los apellidos de la burguesía catalana. Pujol era hijo del Florenci, un avispado bolsista que se enriqueció aceleradamente sirviendo, precisamente, a algunos de los vástagos de esas familias que siempre le despreciaron.
El modelo de Mas es heredero del pujolismo, aunque ahora quiera matar al padre. Mientras fue el líder carismático nada tuvo que decir en contra de lo que veía a su alrededor. Nadie decía nada. Los consejeros eran ciegos, sordos y mudos, mientras se producía un enriquecimiento espectacular de una familia que era la «familia real» de Cataluña. Ahora ha emprendido su peculiar viaje a ninguna parte con una serie de iniciativas sustentadas en el cesarismo presidencialista. Tras el resultado del 9-N, la pintoresca consulta participativa, considera que está legitimado para dar un salto hacia la independencia en el que el resto de participantes tienen que ser meros figurantes del líder carismático. Con el inestimable apoyo de las asociaciones que controla, como la ANC u Òmnium Cultural, las elecciones tienen que ser un trágala a mayor gloria suya. Cuenta con el apoyo de los medios de comunicación que controla y con una serie de partidos que ahora son prisioneros del proceso. Mas comete el error de creer que los catalanes estamos dispuestos a emprender un viaje disparatado que hundiría la economía catalana y provocaría una fractura irreversible en Cataluña y, por supuesto, con el resto de España. La candidatura transversal es un despropósito enorme y antidemocrático. Es el pensamiento único que tanto gusta al nacionalismo que desprecia a España y los españoles, así como a Rajoy, Sánchez y todo lo que no sea lo que ellos quieren.
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