Alfonso Merlos

El charlatán

Consejos vendo y para mí no tengo. Presenciar cómo Garzón sienta cátedra sobre la conducción de un proceso judicial es como escuchar a Farruquito dar lecciones sobre seguridad vial, o al madridista Pepe hacer recomendaciones de «fair play». Sencillamente un insulto, una tomadura de pelo o, sin siquiera llegar a esos extremos, una grotesca ironía. El juez inhabilitado, el condenado por unanimidad, el que soporta la mancha más oscura que unas puñetas pueden soportar –¡ay la prevaricación!– reaparece ejerciendo de lo que casi siempre ha ejercido: de comentarista político, de sabiondo, de profesional superdotado capaz de saber lo que deben hacer los demás en toda circunstancia aunque en sus propios asuntos haya fracasado estrepitosamente. A Garzón le pasa como al alcaraván, esa ave que se pone a chillar ante la cercanía de un peligro para alertar a sus congéneres pero que al mismo tiempo se queda paralizada, incapaz de huir. Un desastre y el puro patetismo. Pero no sólo eso. Le ocurre que todo el rigor que le faltó en su momento para instruir la Gürtel sin violentar derechos fundamentales de las personas lo canaliza ahora en forma de excesiva locuacidad, de calculada impostura, de profesorales ejercicios dialécticos que no buscan sino embaucar al respetable.

Querido Baltasar, somos plenamente conscientes de que se le ha podido hacer la boca agua leyendo las fotocopias que revelan una, hasta el momento apócrifa, contabilidad B del PP. Sabemos que usted ya ensayó la teoría de la causa general contra Génova en aquellas cacerías con aquel ministro Bermejo. Entendemos que usted se haya distinguido por ser una de esas togas de las que entran al bulto. Comprenda, desde su humildad, que si sobra su magistratura y su oficio, quizá sobren también sus exhortaciones y sus sermones. Ánimo.