Elecciones autonómicas
El cordón sectario
Resulta cuando menos chocante que con las expectativas electorales para los más que probables vencedores en los comicios gallegos y vascos del próximo domingo, se dé por prácticamente seguro el Gobierno del PNV aún estando la formación encabezada por Urkullu, claramente lejos de una mayoría absoluta, mientras que en el caso del Partido Popular, cuya previsión de una holgada victoria nadie discute, la continuidad en el Gobierno pasa sí o sí por la inexcusable consecución de esa mayoría absoluta por parte de la candidatura encabezada por Núñez Feijóo. El juego político en España lleva demasiado tiempo instalado en el mismo bucle desde que se perpetrara con el llamado «pacto del Tinell» una de las mayores agresiones que se recuerdan contra nuestra democracia.
El Partido Popular es de largo la formación política europea que más veces ha pasado a la oposición después de haber resultado la más votada en no pocos comicios territoriales, a lo que hay que sumar la imposibilidad de gobernar hoy a nivel nacional por un quítame allá seis escaños y sin una alternativa enfrente. Con independencia de que cada cual debe asumir su parte de responsabilidad y aquí el PP la tiene en origen con una miopía aguda desde la mayoría absoluta de Aznar para abrirse espacios de complicidad con otras fuerzas, no es de rigor enfilando cuarenta años ya de democracia que se siga señalando a una formación apoyada por millones de votantes como objeto de un cordón que tiene poco de sanitario y mucho de sectario.
La trama Gürtel y otros casos de corrupción que han manchado al PP no son ni más ni menos graves que otros bien conocidos que han afectado a partidos tradicionales en sus periodos de gobierno, tanto en el Estado como en relevantes comunidades autónomas. Por eso, las consecuencias de no buscar gobiernos para los ciudadanos sino para sacar de pista a los populares puede que ya se estén pagando y tal vez por ello no estaría de más un análisis más honesto y exhaustivo sobre esta perversión política a cargo de formaciones que, como el actual PNV de Urkullu ha demostrado en los últimos tiempos un claro sentido de la mesura y el pragmatismo alejados de aventuras. Parece difícil que el grupo nacionalista vasco facilite un gobierno de Rajoy, pero no estaría de más una ojeada a ese tiempo atrás impensable acuerdo Arzallus-Aznar tras sentarse cara a cara ambos dirigentes durante unas horas en Burgos. Fue bueno para España y excelente para Euskadi.
Que se dé por improbable un pacto –de llegar a sumar– entre peneuvistas y populares tras el «25-S», extensible a nivel nacional, resulta tan extraño como dar por hecho ese acuerdo en el Parlamento de Vitoria con un PSE durísimamente castigado y sin posibilidad alguna de ampliarlo a Madrid con una formación que sólo tiene 85 escaños en el Congreso de los Diputados y que poco o nada puede ofrecer sencillamente porque no gobierna. Puede que no sea mal momento para que Urkullu y los suyos comiencen a sacudirse prejuicios.
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