Martín Prieto

El cuartelero que robó el sable de Bolívar

El cuartelero que robó el sable de Bolívar
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El ex-presidente argentino Raúl Ricardo Alfonsín obtuvo una elección histórica derrotando al peronismo por mayoría a bsoluta y, prácticamente, abrevió unos meses su mandato a favor del indecible justicialista Carlos Saúl Menem, caudillo de La Rioja y valedor patilludo de la desaparecida Isabelita Perón, ante una hiperinflación en que un billete de un millón de pesos se utilizaba para higienizarse en los bares, y un golpe de estado económico en el que se conjuntaron las dos uniones generales del Trabajo peronistas y la oligarquía agrícola-ganadera sumada a la financista. Alfonsín era un radical, un hijo de Hipólito Yrigoyen, seguidor del krausismo pasado por España, un educador y hasta un higienista dado a masificar la cultura y a introducir la moral y las buenas costumbres en la política de su país. Tras las atrocidades de la última dictadura militar, resultaba obvio que se alzaría con el triunfo en un país ahíto de barbarie, pero nunca alcanzó el poder sobre una sociedad dada al agio y a la perversidad tras décadas de infamia. Venía de Harvard y quiso pasar por Madrid para ver a los amigos. Nos reunimos una noche en el apartamento del psiquiatra y agregado cultural argentino Patxo O'Donell junto al presidente del Club de Roma, Ricardo Díaz Hochtleiner, mi doctora y yo. «En Harvard –nos decía– dan unos interesantísimos cursos para ex presidentes latinoamericanos, que ya podían dárnoslos antes del mandato. Han clausurado la Escuela de las Américas en Panamá, donde formaban a los gorilas de uniforme, y el Departamento de Estado ha arrumbado la «Doctrina de la Seguridad Nacional» que propugnaba las dictaduras militares del Cono Sur contra la insurgencia de izquierda. Ya ni dan clases de tortura, y propugnan el reconocimiento de las democracias libremente electas. De algo me avisaron: el próximo golpe militar se dará en Venezuela. «Quedamos atónitos. Todos sabemos que es más fácil que una venezolana muera de cáncer de próstata a que uno de sus militares caiga en combate. Pero no contábamos con el factor Carlos Andrés Pérez (CAP), socialdemocráta, íntimo de Felipe González y artífice de una suerte de GAL dedicado a asesinar opositores que denunciaban su saqueo de la nación. El ex-juez Baltasar Garzón, hablando en privado sobre los GAL, me preguntó si sabía algo sobre un Grupo de CAP organizado para asesinar opositores que podría haber inspirado a González y del que no supe responder porque no sabía nada, aunque supuse que el Gran Juez, hoy al servicio del Gobierno peronista argentino, sabía demasiado. Hugo Chávez, de procedencia humilde pero no miserable, militarote, no se sabe dónde extrajo su ciencia infusa, cuartelero de aspecto y labia, teniente coronel de paracaidista y brillante en todas las asignaturas militares, dio un golpe de estado fracasado y el Ejército femeninamente prostático, le liberó en dos años para que consumara su intentona y terminó dando otra triunfante menos por su voluntarismo que por la insoportable corrupción socialdemócrata de CAP. No vino a liberar nada en una Venezuela pobrísima y encharcada de petróleo de baja calidad pero que refinan encantados los EE UU, primer cliente. Despertó el nacionalismo bolivariano hasta llegar a cambiar el nombre a la nación y viajar en posesión del presunto sable de Simón Bolívar, que murió abandonado sin un facón. Política demagógica de pobres y azote de burgueses pero nada hizo por que Caracas, tomada por el lumpenproletariado, dejara de ser la capital más peligrosa del mundo. Fue un postperonista más radicalizado, siempre buscando las masas en la calle como amedentración no ya de los estancieros sino de la clase media. Ese aborrecimiento por el medioclasismo que arma a una sociedad estable, le hizo ganar elecciones y gobernadurías dejando al país dividido. Chávez ha sido ( como otro Perón que preveía el Departamento de Estado ) un populista pero con catorce años de Gobierno. El Lago Maracaibo exporta a EE UU su petróleo que necesita doble refinado, y el país podría vivir de ello razonablemente pero las interminables charlas del gran populista no han hecho contabilidad. Paramédicos cubanos, sin titular, atienden las comunidades rurales venezolanas tratando el cáncer con aspirinas o con quimioterapia caducada como precio del petróleo vendido a Cuba a precio de coste, o a menos, arruinando la sanidad nacional. Desvastó la libertad de información cancelando las señales de las televisoras discrepantes sustituyéndolas por sus espesas charlas al pueblo, groseras hasta el punto de anunciar a su esposa que se preparara para una noche de hombría. Le dio una ventolera de amor diplomático por el preatómico Irán de los ayatholás y puso en circulación un nuevo socialismo iberoamericano que engloba Bolivia, Ecuador, Paraguay, Argentina, Uruguay y con el que tontean Brasil y Perú ante el aborrecimiento de Chile y la estupefacción de la OEA. Ese nuevo socialismo sudamericano no se sabe bien lo que es y no lo desentraña ni el hábil magín de Rubalcaba ni tampoco la Internacional Socialista. Si a Chávez se le considerara un intelectual la piedra sillar de su pensamiento sería el antiimperialismo estadounidense más antiguo en Sudamérica que para el hombre mear en pared. EE UU ha sido paciente y nadie supone, habiéndose beneficiado de su petróleo para sus reservas estratégicas, que le haya inoculado la CIA polonio en la cavidad pélvica. Su sucesor, el vicepresidente Nicolás Maduro, tiene a su Jefe la lealtad de un can y es lo que en el Cono Sur se entiende por huevón, pero los funerales le aportaran lágrimas de felicidad. El problema es que las elecciones son inmediatas por el fallecimiento del presidente electo y a Henrique Capriles, la oposición liberal, le va a faltar tiempo para que los venezolanos se olviden de la desprolijidad chavista repleta de globos de colores al viento. Venezuela merece ser un país serio.