Alfredo Menéndez

El cuento de Tacirupeca

«Bai Tacirupeca por el quebos: «laratra, laratra» y de topron ¡zas! ¡el bolo! Jodi el bolo: «¿dedon vas Tacirupeca?». «Yvo a saca de taliebua». Esto es un cuento al revés: el de Caperucita Roja. Hay un malo malo –bolo, lobo – y una niña buena buena – Tacirupeca, Caperucita–. Y aunque la versión original acaba con el lobo merendándose sin compasión a Caperucita y sin leñador que la salve de nada, en estos tiempos modernos y entre todos nos hemos regalado otro final mucho más positivo en el que triunfa la bondad colorada de la niña encapuchada.

Ahora bien. Hay otros cuentos al revés que no tienen tanta gracia y para los que, si nos hubieramos enterado, vaya usted a saber cuál iba a ser el final. En este cuento, a los buenos se les queda cara de bobos y otros que supuestamente deberían ser buenos, porque los hemos puesto en las instituciones para que nos representen, se tornan malos o, lo que es peor, «espabilaos»: es el caso de Concoral. Perdón: el de Alcorcón.

Aquí los buenos, a los que les han tomado el pelo, son los vecinos que pagaron de sus bolsillos un alumbrado público que no les correspondía. ¡Cómo iban a llegar a fin de mes teniendo que girar contra su cuenta corriente la factura de otros! Y aquí los buenos que nos representan se vuelven malos –o se pasan de listos – ya que si no ordenaron el enganche de la luz, son responsables por no vigilar que alguien lo hiciera.

Dicho todo esto: la realidad que vamos destapando del Alcorcón de Cascallana sería para echarse unas risas si no fuera porque hay muchas personas a las que no les hará ni pizca de gracia. Es un cuento al revés: el que se engancha de manera ilegal es el que debería evitarlo: ¡alnige! Perdón: quería decir ¡genial!