César Vidal

El dedo contaminado

Tras mucho reflexionar, he terminado por llegar a la conclusión de que los populismos del chavismo venezolano al evismo boliviano, pasando por Podemos en España o Syriza en Grecia, no pasan de ser un gigantesco dedo. Su acción política prácticamente se reduce a señalar una y otra vez las llagas que sufre la sociedad. Como un niño al que no hubieran enseñado las reglas más elementales de la urbanidad, los dirigentes populistas orientan el dedo hacia los males. Chávez podía referirse a la corrupción sistémica de los partidos; Morales sigue insistiendo en el racismo de la sociedad boliviana; Correa apunta una y otra vez a la necesidad de controlar la riqueza nacional; Tsipras recuerda continuamente el empobrecimiento de la mayoría de los griegos, y Podemos martillea con la negra, negrísima situación de millones de jóvenes españoles. Todos esos dedos –a los que pueden sumarse los de Cristina Fernández de Kirchner o Beppe Grillo– se orientan hacia úlceras que no pocas veces son reales. Lamentablemente, esos dedos están contaminados. En unos casos, la suciedad digital procede de que han instaurado una corrupción quizá nueva, pero no menor que la antigua. En otros, de que el sectarismo ideológico les lleva a adoptar medidas que empeoran todavía más la situación lamentable ya padecida por sus naciones respectivas. Esos dedos puercos puestos sobre las heridas no sólo no las curan, sino que las infectan, las llevan a vomitar pus y, en algún caso, pueden acabar causando una septicemia para millones. Ni uno solo de los problemas que llevaron a los Kirchner, a Chávez, a Morales o a Correa al poder se han visto solucionados o incluso paliados. Además, por si fuera poco, la libertad ha desaparecido de manera casi total; los disidentes se han visto muertos, encarcelados o exiliados; la corrupción ha adoptado formas más perversas si cabe y la economía ha comenzado a transitar derroteros de empobrecimiento vergonzoso. Hace apenas unos días, por ejemplo, el Cato Institute publicaba su Índice de miseria en el mundo y el dudoso honor de ser la nación más miserable recaía en la Venezuela del chavista Maduro. Los dedos señalaban no siempre de manera errónea, pero bastó dejar que se acercaran a la herida para que todo haya derivado hacia situaciones muchísimo peores. Da mucho pesar advertirlo, pero este fenómeno inmundo-digital lo vamos a ver repetido en Grecia y, si Dios no lo remedia, también en España. Y es que no es lo mismo señalar que curar, especialmente si los dedos están contaminados.