Marta Robles

El destino

El destino se ríe de nosotros tantas veces... Hay quien se pasa la vida sentado en su sillón y cuando asoma la cabeza más allá del alféizar de la ventana recibe un macetazo mortal. No es que el archicampeón Michael Schumacher, el competidor más exitoso de la Fórmula-1, en la que ganó 91 carreras, estuviera precisamente viendo la tele en casa cuando le visitó el infortunio, pero sorprende que, con lo mucho que arriesgó en los premios automovilísticos, sea un accidente de esquí lo que le tenga debatiéndose entre la vida y la muerte.

Esquiaba, se golpeó con una piedra y está en coma inducido. Podría ser una frase adjudicable casi a cualquiera... Y, sin embargo, es la realidad de Michael Schumacher. En los últimos días, se ha especulado infinitamente sobre la salud del piloto, que seguía en coma ese 3 de enero en el que hubiese querido celebrar su 45 cumpleaños en la estación de esquí de Meribel, junto a su familia y a sus amigos, pero fuera de su gravedad. Todo son conjeturas. La inefable Sabine Kehm, su manager, mantiene a la Prensa a raya, como de costumbre. Quizás por eso, jamás trascendió otra cosa del «perfecto alemán», como era apodado en las pistas por sus virtudes y su personalidad, su disciplina, ambición, valentía, puntualidad, constancia, fidelidad a su esposa y a su trabajo e incluso humildad para retirarse, con el mejor palmarés de la historia, reconociendo más relajación de la debida en un piloto de Fórmula-1.

Algún defecto tendrá, pero se desconocía entonces y se desconocen ahora, cuando tras años de gloria al volante se encontraba en el justo momento para disfrutar plenamente de lo logrado.