Motociclismo

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El dolor

La Razón
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Mueren jóvenes. Corren detrás de un sueño que algunos ni siquiera llegan a divisar, aunque entre el olor a goma quemada y alquitrán lo intuyen. La moto y el circuito son aliados y enemigos a un tiempo, absurda contradicción; los otros pilotos, sólo competidores, adversarios sumergidos en idéntica ensoñación. Kato, Sato, Tomizawa, Simoncelli, Bernat Martínez, Daniel Rivas y ahora Luis Salom, 24 años.

«¿Miedo a la muerte?», le preguntaron a la Dietrich, «uno debe temerle a la vida», respondió, quizá porque es el único camino que te conduce a la parca. No hay otro. Si los pilotos, de motos o de coches, o los montañeros o todos aquellos que arriesgan su vida por una ilusión, pensaran más en la muerte que en su vocación, el Everest sería una inmensa esquela, como las pistas de rallys, el trayecto del Dakar o cualquier circuito del mundo. Luis Salom ha muerto, con María, su madre, prácticamente encima, como estuvo siempre desde que con dos años se subió a aquella Yamaha de cuatro ruedas. ¡Qué dolor el de María! Indescriptible, porque no es natural que los padres sobrevivan a los hijos, y en estas circunstancias... Es difícil hacerse a la idea, e imaginarlo, desgarrador. He leído en el muro de Facebook del joven piloto de motos que quiere ser como Rossi, de ahí el nombre compuesto, Angelo Paolo, este recuerdo para el compañero desaparecido, al que admiraba: «La vida es tan rápida como este deporte» –por eso mueren jóvenes– y tan lenta y desesperante como discurre en la sala de espera de un hospital.

A las 16:55 del viernes 3 de junio de 2016, en Montmeló, se escapó Luis y no pudimos evitarlo. DEP.