Violencia de género

El dolor de la deuda

La Razón
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La mujer que denunció a diez chicos por una agresión sexual en A Estrada ha dicho que se lo inventó, que su denuncia era falsa. Casos repulsivos como éste no hacen dudar de la violencia sexista, machista, de género o llámelo como quiera –cuando una realidad atesora tantas denominaciones, es que resulta difícil definirla –; es mucho peor: lo que consiguen es que se dude de la mujer.

La duda no es cómoda, pero la certeza absoluta es ridícula. Las palabras de Voltaire resonaron con el eco de una bóveda catedralicia, en la cabeza de aquel ministro de Justicia que, extasiado con la droga de lo políticamente correcto, dijo que cuando una mujer denuncia, nunca miente. Tuvieron que pasar unos años para que el otrora ministro –evito el nombre, para qué ahondar en el daño– comprobara el ridículo del que hablaba Voltaire, justo cuando su mujer le denunció por maltrato, aunque luego quedara en nada. La maldad, como la bondad, va por barrios, no por sexos. La joven que se inventó una agresión sexual se habrá dado cuenta del mal hecho y del sufrimiento gratuito que ha causado a las víctimas reales y a los falsos acusados. Espero que nunca sufra la realidad de su ficción, porque entonces entenderá en piel propia el daño infligido, lo que puede doler la sombra de la duda y la mentira. Ella, y todos los que utilizan el maltrato y la violencia sexual como divertimento circense, fuente de ingresos o medio de venganza. Imagino que no lo estará pasando bien, pero que piense cómo lo están pasando las mujeres que sí han sido víctimas de una violación o de un maltrato y observan su drama convertido en una mentira en bocas ajenas.

Las denuncias falsas o la simulación de un delito tienen la misma piel que las calumnias, sencilla y verosímil, como decía Bertrand Russell. El hecho de negar su existencia –por beneficio propio o intereses creados– no hace que desaparezcan, al contrario, las alimenta; crecerán más y harán más daño, a la sociedad y a las víctimas. Una metástasis tan injusta como imparable. No son palabras. Pruebe a dejar una manzana podrida en una cesta de manzanas sanas, a ver lo que tarda en contagiarse el mal.