Pedro Narváez

El donut de Otegi

Lehman Brothers nos robó la cartera y ahora España nos deja sin donuts por una huelga. ¡Anda, los donuts! Si en los Estados Unidos de Obama en vez del cierre del Estado clausuraran las fábricas de las rosquillas de Homer Simpson ya estaríamos en bancarrota o en guerra mundial. Hay estudiosos tan aburridos que han filosofado sobre la nada que es el corazón de ese dulce. Diríase que por el agujero de las crisis, un donut en el que no alcanzamos a saborear el azúcar, se cuelan indeseables que esperan sacar tajada de la incertidumbre. He ahí el amargo desapego de Cataluña al que se suman demonios y brujas en una bacanal de odio. Ignoro si Otegi disfruta de un donut mientras se rasca el trasero por las mañanas, pero siempre sabe entrar por ese vacío redondo para proclamarse el rey de las causas perdidas. Será más difícil aún que el batasuno entre por el ojo del donut que Cataluña alcance el reino de los cielos de la independencia. Que se haya aceptado que mande por escrito sus propuestas sobre el derecho a decidir no es más que un ejemplo del triste auge del Orfidal que nos mantiene en ese duermevela donde no hay resistencia a la maldad. Un dato juega a favor de los que estamos en el envés del preso 8719600510. Quien va con Otegi siempre fracasa. Fue un trepa que quiso hacerse con el control del miedo y acabó de héroe de Willy Toledo. Otegi es al cabo una foto en una camiseta, algo que sólo consiguen los muertos o las estrellas del rock. Que se coloque en la casilla que crea conveniente. El Parlament debe meditar que mezclar la sangre con la «libertad» puede resultar aberrante. Como contratar un asesino a sueldo para que haga el trabajo sucio. O, si lo tomamos a chanza, mojar un donut en las lentejas.