Manuel Coma

El eje antiamericano

Tras el fin de la Guerra Fría, hubo distintos esbozos, más supuestos que reales, de alianzas compensatorias de la unipolaridad americana, en forma de varias combinaciones triangulares, en las que siempre figuraba el binomio Rusia-China y al que se le añadía unas veces India y otras el Irán de los ayatolás. En ocasiones, Francia actuaba como subrepticio promotor de ese contrapeso, a lo que le resultaba irritante preponderancia americana. La realidad es que cualquiera de esos vértices, menos Irán, necesitaba más a los americanos y unas relaciones con ellos al menos pasables que una oposición que rebajase el poder de Washington. La guerra de Irak supuso un extraordinario momento en el que la Francia de Chirac con la ayuda de la Alemania de Schröder se unieron a una coalición de extrema heterogeneidad ideológica y dispersión geográfica para contrarrestar la potencia americana, deslegitimando su acción contra el tirano iraquí. El precio interior de aquella gran tensión internacional fue la derrota republicana en 2008 y la llegada de Obama al poder con un programa para cerrar guerras como fuera, adoptar una actitud de humildad y disculpas ante el resto del mundo y esperarlo todo de la diplomacia, practicando el buenismo de creer que las actitudes antiamericanas eran siempre culpa propia y se superaban derrochando cariño y comprensión con todo el que se mostrase hostil. No le sirvió de nada con el régimen islámico de Irán, ni con Corea del Norte, los rechazos a su país crecieron en el mundo árabe, se olvidó de Europa, aparecieron fisuras en la férrea alianza con Israel y el llamado «reinicio» con Rusia estaba ya hecho unos zorros antes de que Putin los expusiera a los buitres. Ahora, una de las muchas cuestiones, y una de las más importantes, que plantea la crisis ucraniana y su epicentro crimeo es su impacto en China, y las posibilidades de formación de un eje primordialmente antiamericano, antioccidental en términos más amplios, ideológicamente antidemocrático. Ésa es una aspiración de Putin que ya viene de atrás, una necesidad ante lo que se le puede venir encima y algo que Pekín también acaricia desde hace tiempo. Es una oportunidad en la que debe sopesar ventajas e inconvenientes. Las relaciones con su vecino fluctúan siempre entre las coincidencias de intereses y las incompatibilidades. El liderazgo chino se ha mostrado muy cauto desde el principio y le ha negado a Putin el apoyo expreso a sus actuaciones. En el Consejo de Seguridad se ha abstenido en una resolución occidental condenatoria, que obviamente Moscú vetó, pero ha ido cediendo a la tentación de aprovechar la oportunidad, lo cual será una de las repercusiones mundiales de la crisis.