Marta Robles
El elogio de la duda
Hace unas semanas entrevisté en este mismo periódico a esa excelsa catedrática ya jubilada que se llama Victoria Camps. A ella se la admira, ya lo saben, por sus cargos y por sus libros, pero sobre todo por pensar. Como lo leen. A eso lleva esta señora dedicada toda la vida, primero por obligación laboral y luego porque es lo que tiene la costumbre, que cuando uno le coge el gusto ya no hay manera de abandonarla.
El caso es que su pensamiento ha dado muchos frutos y el último es la obra por la que le hice la entrevista, que ya tiene sitio fijo en mi mesilla. Su título es «El elogio de la duda» y habla de eso que, como dice la autora, ya no se lleva. Porque, verán, en estos tiempos de prisas, donde uno se cree más listo que nadie si es capaz de desenfundar una frase en ciento cuarenta caracteres, la gente prefiere respuestas rápidas y decididas, a esa reflexión que exige un ejercicio de paciencia, de escuchar al otro y anteponer la duda a la reacción visceral.
Sucede además que andamos tan confundidos, que interpretamos la duda como un signo de debilidad o incluso de falta de conocimiento, cuando la realidad es que, como decía Russell, «gran parte de las dificultades por las que atraviesa el mundo se debe a que los ignorantes están completamente seguros y los inteligentes llenos de dudas». No se trata de dudar tanto como el asno de Buridan, que murió por no decidir de qué montón de heno comer primero, pero sí de pararse a pensar antes de actuar. Es la mejor manera de encontrar la verdad y de acertar.
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