Alfonso Ussía

El embajadorcito

Ignoraba que España tuviera un embajador en Andorra. Se llama Alberto Moreno. Es más que posible que su carrera diplomática no haya sido del todo brillante, porque ser el embajador de España en Andorra no es más importante que actuar de mantenedor en los Juegos Florales de Villacastín, que se caracterizan porque no existen. Un embajador de España en Andorra, en lugar de presentar sus cartas credenciales, presenta una tarjeta de visita y va que chuta. La carrera diplomática, que para los profesionales de la misma se escribe con mayúscula, la Carrera, se ha nutrido tradicionalmente de personajes de alto ingenio. También de pelmazos, dicho sea con todos los respetos. Y de talentos independientes que por hacer una gracia retrasaron su merecido ascenso. El más destacado de todos, Agustín de Foxá, conde de Foxá, portentoso escritor, escéptico, y siempre al borde del abismo. Cuando recibió el telegrama por el que se le anunciaba que había sido destinado a la embajada de España en Tegucigalpa, respondió inmediatamente por el mismo medio al subsecretario de Exteriores. «Honradísimo, pero ¿dónde coño queda eso?». El gran cornudo del conde Ciano, yerno de Mussolini, fue agasajado en la embajada de España ante el Quirinal, en Roma. Foxá fumaba y bebía. Era desaliñado en el vestir. Y Ciano se apercibió de la facilidad de don Agustín para vaciar vasos de whisky. Pasó junto a él y le dijo: «Foxá, a usted le va a matar el alcohol». Y Foxá le respondió: «Y a usted le va a matar Marcial Lalanda». Sufrió un leve castigo, porque se le consideraba el lujo de la Carrera. Era ministro Martín Artajo, cristiano profundo y activo. Ofreció una cena a un grupo de diplomáticos y cuando dieron las 12 de la noche, se disculpó y abandonó el lugar con expresión mística. Foxá tranquilizó a sus compañeros: «No os preocupéis, Alberto es así, y todas las noches a esta hora, se va de curas». Sus muchos años destinado en América los resumió en un libro de textos fabulosos, «Desde la Otra Orilla», que todavía asombra a quien lo lee por vez primera.

Este Alberto Moreno no se parece en nada a Foxá. El embajadorcito que representa a España en Andorra no tiene muy claro lo que es. «No soy ni muy español, ni muy catalán, ni muy nada». Un embajador de España que no es muy español no puede tener otro destino inmediato que su casa. Parece ser que el embajadorcito está más cerca del sueño separatista que de la realidad de la unidad de España. Lo mejor es cuando se reconoce inmerso en la «muy nada». Es decir, que llega a la sede de la embajada y el mayordomo lo anuncia de esta guisa: «Señora embajadora, la muy nada ha llegado y desea comer porque tiene mucho trabajo esta tarde y precisa de una buena siestecita»; «de acuerdo, dígale de mi parte a la muy nada que yo comeré más tarde porque hace ruido al tomar la sopa».

Al embajadorcito Moreno le quedan pocos días en su importantísimo destino. Ha desarrollado en estos últimos años una labor impresionante gracias a su gran capacidad de trabajo. Andorra y España transcurren por un periodo de muy fraternales relaciones. Si no fuera por la capacidad de persuasión de don Alberto Moreno, la guerra hispano-andorrana sería un hecho. Pero aún así, y reconociendo los indiscutibles méritos de este brillante diplomático, el ministro García-Margallo está obligado a darle una patada en el culo y cedérselo a Mas, aunque tampoco se sienta muy catalán sino más bien, muy nada. Y posteriormente cerrar la embajada de España en Andorra, montar una oficinita de representación, y aquí paz y después gloria, que tenemos que ahorrar.