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El espejo

La Razón
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Los EEUU son el espejo de los llamados países occidentales porque advertimos en él nuestro presente y hasta nuestro futuro, aunque no siempre las imágenes que nos transmite convenzan o coincidan. No vamos a descubrir la violencia que ejemplifica el libre uso de armas de fuego, cuya posesión, con escasas limitaciones, defiende su Constitución. Por ejemplo, el pasado jueves día 22, John Russell Houser abrió fuego indiscriminado en un cine de Lafayette, ciudad del estado de Luisiana, durante la proyección del filme «Trainwreck», mató a dos mujeres y causó nueve heridos antes de suicidarse al verse acorralado. Sería otro caso de una violencia que transmiten tan a menudo las series y filmes de aquel país y que aquí y en tantos países consumimos con naturalidad. Se ha elucubrado que esta propensión a la utilización de las armas como legítima defensa procede de su expansión, en el siglo XIX, hacia un Oeste indómito, territorio donde no existían agentes de la ley, porque no debe olvidarse que los EEUU son todavía un país joven y de aluvión. La policía define a Hauser como un blanco con problemas familiares –su mujer y su hija solicitaron protección policial por su violento comportamiento–, un enfermo psiquiátrico que ya sufrió internamiento. Sin embargo, la ciudad en la que se produjeron los hechos, de 125.000 habitantes, a dos horas de distancia en carretera de Nueva Orleans, se considera pacífica. El hecho no habría causado tanto escándalo de no vivir el país en una ola continua de violencia en la que participan también algunas fuerzas del orden contra los afroamericanos. Pero en las sociedades industriales no es infrecuente la violencia indiscriminada sin motivo. Sus consecuencias resultan más graves porque los estadounidenses gozan del privilegio de un comercio libre de armas de fuego. Conviene apuntar también que en algunos estados del país se mantiene todavía la pena de muerte y que el número de reclusos en sus cárceles, en su mayor parte de color, parece exagerado.

Parte de los votantes demócratas estarían dispuestos a apoyar la regularización del uso de las armas de fuego, pero los círculos más conservadores de los republicanos y la Asociación del Rifle cuentan con poderosos apoyos. Cuando se producen hechos como el de Lafayette se justifican aludiendo al estado mental de sus ejecutores. Las acciones emprendidas para regular la venta de armas han chocado siempre con una oposición que se escuda tras el texto constitucional. Tal vez tampoco resulta casual que el asesino fuera partidario del ultraconservador Tea Party, al que apoyaba desde las redes sociales. Sin embargo, los delitos anteriores de los que había sido acusado, al margen de la violencia familiar, eran los de exceso de velocidad, provocar incendios o facilitar alcohol a menores: nada que hiciera sospechar una acción de tal gravedad. La imagen de la violencia estadounidense llega ya a compararse con la que se vive en México o en otros países centroamericanos. Tal vez por ello nos resultan sorprendentes y hasta esperpénticas declaraciones como las del multimillonario Donald Trump, –que se encuentra en cabeza de las encuestas de los candidatos republicanos a la presidencia, por encima, incluso, del que se considera favorito, Jeb Bush (18,2% frente a 13,7%)–, quien tachó a los mexicanos y a los latinoamericanos en general de «narcos, violadores y criminales». Su propuesta de construir una gran valla que les separe de México es comparable a los ataques contra el senador también republicano John McCain, quien fue prisionero de guerra en Vietnam y es considerado un héroe, porque «me gusta la gente que no fue capturada». Los disparates en las vigilias de las primarias, entre las fuerzas republicanas, merecerían un capítulo aparte. Trump puede llegar a transformarse en una amenaza para su propio partido, ya que, de no vencer en las primarias, podría formar su propio partido, lo que debilitaría las posibilidades de victoria de su actual formación. Posee suficientes medios económicos. La imagen política que nos devuelve el espejo cóncavo estadounidense se nos convierte en una deformación de lo que constituye la auténtica realidad, admirable en tantas cuestiones.

La violencia indiscriminada corre pareja con el terrorismo, con la figura que en el ámbito del yihadismo se califica como «lobo solitario». Pero el factor que los diferencia reside en la intencionalidad. Además, en los EEUU perdura una violencia racial que ha incendiado en poco menos de un mes los medios de comunicación. Obama es consciente de ello y apuntó: «Si miras el número de muertos en America por terrorismo desde el 11-S está por debajo de 100. Si miras el número de los que han fallecido por la violencia de las armas, esa cifra es de decenas de miles. Que no seamos capaces de resolver este asunto es penoso. Pero no cesaré en intentarlo durante los dieciocho meses que me quedan». Sabe bien el Presidente, sin embargo, las dificultades que entraña. Houser procedía de Phenix (Alabama) y había llegado a la ciudad donde cometió el atentado a principios de mes, alojándose en un motel. Disparó contra los que se encontraban sentados en la fila delantera a la suya. En su domicilio la policía descubrió pelucas y gafas y un automóvil con la matrícula falsificada. Gestor de inversiones y licenciado en Derecho, defensor del partido griego «Amanecer Dorado», los motivos que le impulsaron a elegir esta ciudad y una de las dieciséis salas de cine en las que se encontraban unas trescientas personas constituyen una incógnita que tal vez jamás se logre desentrañar. Para la mayoría no deja de reflejar una simple conducta irracional. Pese a la prohibición, en su caso, de llevar armas, no le resultó difícil hacerse con una pistola semiautomática con la que cometió el atentado. La imagen que refleja la sociedad estadounidense no coincide, por fortuna, con la nuestra. No conviene utilizar siempre el mismo espejo.