César Vidal
El exiliado que no fue a Miami
Nació en Gibara, Cuba, el año en que comenzó la Gran Depresión. El hecho de ser hijo de militantes comunistas tuvo como consecuencia que, con tan sólo siete años, fuese encarcelado junto a su familia durante varios meses. Sin cumplir los veinte, por una apuesta, escribió una parodia de «El señor presidente» de Miguel Ángel Asturias. El texto fue publicado y Guillermo comenzó a preguntarse si su futuro no estaría en la escritura. Él mismo se contestó cuando en 1950 abandonó la Facultad de Medicina para dedicarse al periodismo. Los censores de Batista encontraron supuestas obscenidades en uno de sus cuentos y le prohibieron publicar bajo su nombre. Así surgió G. Caín, ingeniosa contracción de su nombre y apellidos, con la que publicaría infinidad de cuentos, guiones y críticas cinematográficas. El séptimo arte era uno de sus amores y no poco pesó esa afición en que se divorciara de su primera esposa, Marta Calvo, con la que tuvo dos hijas, y se casara con el amor de su vida, la actriz Míriam Gómez. Cabrera apoyó la revolución cubana y, con la llegada de Fidel Castro al poder, se convirtió en director del Consejo Nacional de Cultura, ejecutivo del Instituto del Cine y subdirector de lo que ahora es el «Granma» y entonces era «Revolución». Se ocupaba en este medio de «Lunes de Revolución», el suplemento literario. Era bastante oficialista, pero no lo suficiente para los tiempos que corrían. En 1960, Orlando Jiménez Leal y otro Cabrera Infante, Sabá, rodaron un corto llamado «P. M.» en el que se describía como pasaba un día un grupo de habitantes de la Habana. Castro lo encontró frívolo y lo prohibió en 1961. Cabrera Infante salió en defensa de su hermano desde «Lunes de Revolución» y el suplemento fue suprimido. Con todo, el régimen no hizo sangre con Cabrera Infante. Lo envió en 1962 a Bruselas como agregado cultural de la embajada. En 1965, regresó a Cuba con ocasión de la muerte de su madre. El Servicio de Contrainteligencia lo detuvo, pero, finalmente, permitió que se exiliara. Cabrera no tenía intención de marchar a Estados Unidos. Sabía que, a pesar de los roces, había sido miembro de la Nomenklatura y temía –seguramente con razón– que el exilio en el sur de la Florida no se viera con buenos ojos. Como otros cubanos de la época, recaló con su familia en España. Tampoco aquí las autoridades lo acogieron con agrado. Al final, se marchó a Londres. Allí se quedó, con algunos paréntesis en Hollywood, hasta su muerte en 2005, y allí fue donde redactó sus éxitos literarios, maestros de lo que los cubanos llaman choteo. Primero fue «Tres tristes tigres» (1968). Considerado contrarrevolucionario, Cabrera fue expulsado de la Unión de Escritores y Artistas. En 1979, obtuvo la ciudadanía británica, circunstancia que no impidió que en 1997, le otorgara el Cervantes. En 2009, el régimen cubano intentó apoderarse de su figura otorgando un premio a un ensayo de Elizabeth Mirabal y Carlos Velazco que glosaba su vida hasta 1965. Era una jugada inteligente y sin riesgo. A fin de cuentas, Cabrera Infante nunca se había exiliado a Miami.
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