Martín Prieto
El fin de los tiempos
La mayoría que todavía cree que la Tierra es plana nunca mira más arriba del planeta y teme fácil su destrucción por el Sol amenazante o un asteroide en rumbo de colisión. Los astrofísicos saben que la destrucción del Universo en expansión es dudosa o, en todo caso, impredecible. La lamentable extinción de los dinosaurios, que nunca convivieron con los hombres y cuyos descendientes son los pájaros (particularmente el pavo) ha alimentado los terrores milenaristas y las novelerías sobre el calendario maya. La llegada del año mil fue una hecatombe de suicidios entre gentes de calidad. El dos mil tropezó con el relativismo y el escepticismo que nos malea. Que la cuenta larga de los mayas termine hoy solo supone que se les acabó la piedra de la estela que labraban, o la paciencia porque empezaron a datar hacia el tres mil antes de Cristo. Este 21 solo ha traído como desastre la toma de posesión de Artur Mas. Pero Cataluña sobrevivirá por los siglos. Armagedón abre los telediarios, el infierno son los otros (Sartre), el hombre nace, sufre y muere (Camus) y el fin del mundo lo llevamos marcado cada uno en nuestro código genético. Los apocalípticos que quieren deslacrar el séptimo sello y abrir la caja de Pandora son gentes nihilistas que disfrutan con la posibilidad del fin de los tiempos cuando ni siquiera sabemos que es el tiempo. Los economistas son al menos más precisos y estiman que el fin del mundo llegará cuando bajemos al supermercado y no haya leche. Unos biólogos rusos quieren clonar un dinosaurio conservado en sus hielos con material genético y que si revive no almacenará memoria de nuestra forma humana. Cuando se pasee por la Plaza Roja entenderemos que el tiempo y el Universo son circulares y, como el anillo de Moebius, no tienen principio ni final. Los únicos perecederos somos nosotros.
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