Julián Redondo
El fútbol magnánimo
E l fútbol no es sólo el encuentro del domingo, los misiles de Cristiano, las diabólicas jugadas de Messi –de un tiempo a esta parte distribuidor de pases de gol–, las broncas de Diego Costa, el dominio sin recompensa del Rayo, la batalla interminable del Valencia, el Athletic que Valverde ha recuperado, el «partido a partido» de Simeone o el Betis «manque pierda», anclado como está al farolillo rojo. Ni es la causa común que una mayoría de los presidentes de Primera y Segunda, encabezados por el de la Federación y la LFP, han hecho en torno al colega José María del Nido, que ingresará en un establecimiento penitenciario –la cárcel de toda la vida– si no llega el indulto que ha pedido con el apoyo de ese puñado de compañeros. Tampoco es el contrato de Neymar o el dinero que ganará su papá por dar el golpe en lugar de un gatillazo. El fútbol no sólo es la dignidad de los jugadores del Racing que exigen la renuncia del Consejo de Administración que encabeza Ángel Lavín a cambio de jugar el jueves el partido de vuelta de Copa contra la Real.
El fútbol es, también y sobre todo, cauce para que los más necesitados sonrían una vez en la vida. El fútbol es el partido «Champions for life» que organizó la Liga en mitad de la Navidad y cuya recaudación, destinada a Unicef –que enviará más de 100.000 euros a Filipinas–, a la Fundación Bangassou, a Sos Himalaya, Sos Infancia y olVIDAdos, mejorará las condiciones en que malviven miles de niños en la República Centroafricana, en rincones perdidos de la Amazonia peruana, donde se venden críos por una caja de cerveza, o del Himalaya, o, mucho más cerca, en el Pozo del Tío Raimundo, en Madrid. Esto es el fútbol.
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