Nacionalismo

El Gatopardo

La Razón
La RazónLa Razón

En octubre de 1990 se presentaba el plan diseñado por Jordi Pujol para introducir el nacionalismo en todas las esferas de la vida catalana, bajo el nombre de «Programa 2000». El objetivo era inculcar el sentimiento nacionalista en la sociedad catalana con el fin de lograr la independencia de Catalunya en un plazo de 30 años, planeado a través de un férreo control en todos los ámbitos de la llamada sociedad civil; el documento destacaba como principal objetivo la infiltración de militantes nacionalistas en puestos clave de los medios de comunicación y de los sistemas financiero y educativo- y se hacían constantes referencias a un ámbito geográfico –los Países Catalanes– que sobrepasa los límites del Principado y se extienden a la Comunidad Valenciana y a las Illes Balears. Es por tanto la independencia una idea largamente planificada, una estrategia que se remonta a los albores de la democracia y que incluye desde las primeras leyes educativas a la acumulación de competencias y que debe finalizar con la llegada de un partido netamente independentista, como ERC, al Gobierno una vez amortizada la vieja «Convergencia» y desaparecidos Pujol, Mas y próximamente, Puigdemont, para poner en práctica la desobediencia a las leyes españolas con nuevas leyes catalanas surgidas del Parlament. Oriol Junqueras, alumno aventajado del Liceo Italiano, será el líder que guiará a Cataluña hacia la secesión, según coinciden todas las encuestas. Historiador y formado entre florentinos príncipes maquiavélicos, sabe que es el momento de aplicar la máxima del Gatopardo –«Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi»– o dicho en Román paladín, es el momento de aplicar la máxima lampedusiana de negociar con el Estado español sólo la parte superficial de las demandas nacionalistas –inversiones en estructuras y gestos amables–, pero conservando intencionadamente el elemento esencial de las exigencias nacionalistas, la separación indolora. Pujol lo tenía claro, con paciencia hasta obtener la independencia. El mayor error de los gobiernos de España fue ceder las competencias en Educación, usadas como forma de aculturación y socialización nacionalista, desviando el objeto esencial de la actividad formativa hacia el adoctrinamiento cultural y político. Conseguidas las competencias educativas, auténtico generador de separatistas entre las nuevas generaciones, el nacionalismo se avezó en domesticar los medios de comunicación a través de generosas subvenciones. Felipe González en 1993 cedió a la Generalitat el 15% de la recaudación del IRPF, superado en 1996 por Aznar, quien multiplicó por dos las concesiones de González y cedió a la Generalidad el 33% del IRPF, entre otros muchos acuerdos a raíz del llamado Pacto del Majestic. En 2003, Rodríguez Zapatero pronunció una promesa demoledora: «Apoyaré la reforma del Estatuto que apruebe el Parlament», espoleta que activó a los separatistas para acelerar su plan de ruta ungidos por la autoridad moral que les proporciona el relato histórico de buenos y malos catalanes. La explosión nacionalista de los últimos tres años en Cataluña es la culminación de un largo y fecundo trabajo de propaganda a través de los generosos recursos que el Estado ha aportado para construir la «nació catalana» y que debe culminar en septiembre del 2017 con las elecciones constituyentes. Como en el «Gatopardo», los leopardos y leones nacionalistas serán sustituidos por hienas y chacales separatistas. Que sepa Soraya que los catalanes que nos sentimos españoles hemos dejado de ser las ovejas.