Julián Redondo
El gol de Torres
Canta el Vicente Calderón. El equipo y el fútbol han recobrado el protagonismo que bajo ningún concepto debe faltar. El Villarreal sacó petróleo en territorio comanche y el Levante acarició el sueño de una remontada que el público, con su apoyo incondicional, no permitió cuando el Atlético se acercaba peligrosamente al borde del precipicio. Era un partido plácido, chupado, sin aristas; festivo también porque en el palco aparecía agradecido y sonriente Fernando Torres, el nexo. Su entrada desencadenó una sonora ovación y cánticos de hace siete años. Donde hasta hace nada se guarecían los violentos, esos para quienes el fútbol es una excusa para organizar una pelea, había hinchas, seguidores, espectadores que sienten fervor por el Atlético, con la pasión controlada y el odio, ojalá que sea así, desterrado. Con la afición dividida y un silencio tan impropio como austero que asustó a los pupilos de Simeone, el Villarreal ganó el partido. El Levante de Alcaraz es menos equipo que el de Marcelino, pero hubo unos minutos en la segunda parte en que soñó por lo menos con el empate. Pero cantaba el Calderón, al unísono, y celebraba los goles de Griezmann, que después de cada uno de ellos hacía el gesto del arquero, el de Kiko, el ídolo del «Niño». Godín también lo hizo al marcar el tranquilizador 3-1 y todo el mundo supo que el destinatario de las dedicatorias ocupaba temporalmente un lugar en el palco, y que no es otro que Torres. Sin calzarse los borceguíes, sin rematar suspendido en el aire y en postura acrobática como aquella vez al Betis, sin desbordar a la defensa con una carrera prodigiosa y engañar al portero picándole el balón en la salida, el «Niño» metió un gol, el que ha unido de nuevo a la afición rojiblanca. Bienvenido.
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