Pedro Narváez

El golpe

Cuando los puños se cierran se abre la veda. El golpe de Beiras en las narices de Feijóo no es más que un síntoma de que, una vez perdidas las formas, sólo esperan medir los tiempos para cambiar el fondo del sistema. La permisividad, incluso la simpatía de los discursos políticos hacia los coqueteos ultras, nos lleva al cóctel molotov y al nihilismo a las puertas del Congreso, donde los leones no se enfrentan a lobos solitarios sino a una manada hambrienta de carne constitucional. Como si las hormigas surrealistas que ya pasean por el Reina Sofía con Dalí se hubiesen convertido en rugido de marabunta. Por ahora el futuro sólo existe en la madrugada televisiva de los videntes incapaces de acertar no ya las nuevas previsiones del Gobierno sino el tormento sentimental de la Nación. Todo lo demás es una incógnita o un delirio. Anoche las ventanas se cerraban como en una película del Oeste al paso de los forajidos. «Primero transformé la chispa en llama. Ésta se tornó en fuego, y el fuego en un incendio incontrolable», ésa fue la confesión del entrenador de Mike Tyson, el hombre que arruinó la nobleza del boxeo comiendo oreja cruda. Algo así han hecho con el monstruo anónimo de no sé cuántas cabezas los Cayo Lara, las Colaus, los jueces buenrollistas que han leído más Dickens que Derecho, los llamados antifascitas que buscan resucitar su imperio en el que los hombres buenos serían echados a los leones del Congreso para que se los coma la turba. La radicalización tiene responsables y espero que paguen por ello si antes no se vuelve en su contra. Aunque cotice menos en el mercado anarco, la carne socialista acabará puntuando. Entonces, a los rebeldes con causa se les podrá llamar delincuentes y los héroes por un día serán enemigos públicos.