Restringido

El gracioso oficial

La Razón
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«Que quiten el cartel, que ya apareció». Era lo que se decía en los pueblos de la España de mi infancia cuando, después de unos días de sofoco, encontraban por fin la oveja o el gorrino extraviado. La frase ha caído en desuso, pero con la proclividad al «revival» que profesan nuestros nuevos políticos, no sería de extrañar que un día de estos la veamos escrita con letras de molde en los tablones del Congreso de los Diputados. No para anunciar el hallazgo de un semoviente, sino para comunicar a sus señorías que ya tenemos gracioso de plantilla. El de esta legislatura, que se perfila corta, se llama Pablo Iglesias. El líder de Podemos, que siempre ha tenido proclividad a la cursilería, se ha consagrado durante el fracasado intento de Pedro Sánchez de convertirse en presidente, como «chistoso oficial» de la Cámara. No sé por qué razón, cualquier personaje público al que arriman un micrófono los reporteros de los programas del hígado, se siente obligado a responder dócilmente a la más desquiciada impertinencia, pone cara de lelo, fuerza una sonrisa y trata de articular a botepronto una frase ingeniosa. Es un juego estúpido en el que, con contadas excepciones entre las que brilla el feroz Pérez Reverte, entra casi todo el mundo, pero incluso la estulticia tiene límites. Entre hacer el mamarracho unos segundos por temor a quedar como un sieso y convertirte, como ha hecho el líder de Podemos, en el animador del festejo, hay diferencias. Fue este pasado viernes cuando «Coleta Morada» se coronó definitivamente. Intervenía el tercero y tratando de «epatar» a los millones de españoles que seguían el espectáculo a través de la televisión y, sobre todo, a los 349 políticos que comparten escaños con él, arrancó aludiendo al ósculo que dos días antes se había estampado en los morros con el independentista Domènech. Añadió pringoso que «fluye el amor en la política española» y, después, recitando lo que le podía haber escrito un guionista del Club de la Comedia en una noche de porros, sentenció: «A partir de ese beso la política se está calentando». Todo, para airear marujil desde la tribuna que la diputada popular Andrea Levy ha confesado a una periodista del Intermedio de Wyoming que le gusta el podemita Miguel Vila, poner su despacho a disposición de la pareja «para lo que se tercie» y susurrarle al socialista Sánchez que ya sólo falta que se líen ellos dos. Tenemos payaso, ahora sólo falta montar el circo.