Martín Prieto
El gran pretexto
Antoine Bianca era Embajador de Francia en Buenos Aires y me hablaba en un forzado gabacho de opereta contestándole yo a mala leche en lunfardo. Antonio Blanca era de Alicante y habiendo emigrado de talludo practicaba un chauvinismo de todo lo francés y del socialismo galo en cuyo funcionariado había prosperado. Cuando nos cansábamos del paripé regresábamos a nuestro natural español materno. Se ponía merecidas chorreras recordando sus hazañas de mula financiera pasando desde Hendaya ingentes sumas a Ramón Rubial, santo laico, y a Lalo López Albizu, padre del nuevo Presidente de las Cortes, y añorado referente de una UGT que fue y no es. Había que poner en pie rápidamente estructuras prohibidas por 40 años, y hasta Gaddafi enchufaba su manguera de petrodólares a Tierno Galván y su PSP o a Rojas Marcos y su PSA. Incluso con los deberes democráticos cumplidos colearon casos como «Flick» o el convolutu dinerario de la caja fuerte del Embajador alemán Guido Brunner. Aquellos imprescindibles polvos trajeron estos impresentables lodos. Partidos y sindicatos se acostumbraron a disponer de dinero abundante y fácil, dándose a burocracias sobredimensionadas y gastos electorales suntuosos. Ese caldo de cerebro alimentó la corrupción política en cohabitación con la privada. Se ignora que Mariano Rajoy, precisamente dedicado profesionalmente a registrar y dar fe de la propiedad de los demás, haya hurtado un duro que no fuera suyo o haya organizado una subasta de dinero público. Ni siquiera ha ordenado asesinar o meter en cal viva a la gente. Pero como cultivamos la desvergüenza, la mentira y esa abominable enfermedad de nombre alemán para no recordar ni a largo ni a corto, la corrupción es el pretexto para hacer del PP y Rajoy el chivo expiatorio que se llevará nuestros propios pecados. Para superar el trance de hoy se tiene que ir quien ha ganado las elecciones y ha de quedarse el que las ha perdido dejando su partido como no digan dueñas. Esto sí que sería un sorpasso. La corrupción no tiene padres y persistirá siendo inherente a la ambición humana, pero se reducirá por amedrentamiento cuando funcione nuestro sistema judicial. Ya San Agustín decía que una Justicia lenta no es justa, y la nuestra es tetrapléjica, con sumarios que duran once años o más y pasan de generación. Precisamente Rajoy ha legislado para que esto no sea así, pero también lo hemos olvidado. El pretexto es más corrupto que la corrupción, y el cambio consiste en sacar de España a las derechas.
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