Francisco Marhuenda
El grave riesgo de los populismos
La Unión Europea afronta en Grecia una crisis de graves consecuencias. El auge de los populismos puede acabar con el sueño colectivo del espacio común europeo. Es cierto que se han cometido errores y que algunos países, como es el caso de Grecia, no tendrían que haberse incorporado con tanta rapidez. En los años de crecimiento económico hubo una excesiva alegría institucional porque había mucha prisa en hacer una Unión Europea grande. Algunos países no estaban preparados para el euro y no hicieron las reformas que eran imprescindibles para que funcionara la unión monetaria. Es cierto que los gobernantes de esos países, como sucedió en España, llevaron a cabo políticas equivocadas y además se produjo un descrédito de los políticos tradicionales. La corrupción ha sido y es un golpe decisivo a la credibilidad de las instituciones que ha dado paso a la llegada de grupos antisistema como Syriza en Grecia o Podemos en España.
Esta solución es un gran desastre. Una victoria de Syriza genera una enorme intranquilidad y desconfianza. Los mercados temen que se produzca un impago de la deuda, un enfrentamiento con la troika y una crisis en la eurozona. El discurso de la izquierda antisistema griega es el mismo que tiene Podemos en España. Las perspectivas económicas griegas eran positivas, pero no hay nada más letal que la inestabilidad política y el triunfo de una formación que no es fiable. Es muy cómodo criticar lo que denominan el «austericidio» y no hacer frente a la deuda, lo que sería suspender pagos, pero la cuestión es quién tiene que pagar estas políticas populistas. Los antisistema quieren que paguen los países más ricos. Es cierto que los griegos están cansados de los sacrificios y los recortes, pero la solución no es romper las reglas del juego y apoyar un proceso radical que conduciría al aislamiento del país. La UE no se puede permitir que un Estado miembro ignore sus compromisos de pago y regrese al despilfarro.
Es fácil criticar a Merkel, pero realmente lo que se pide es que se acepte que no se controle el gasto público y que una parte de Europa financie ilimitadamente a los estados que no cumplen sus compromisos. Es un tema extremadamente grave. El populismo es muy grato, como nos demuestra la historia, porque es fácil hacer promesas y proponer escenarios utópicos aprovechando la dureza de la crisis económica que se ha vivido en Grecia o en España. El discurso «podemista» basado en objetivos irrealizables suena muy bien, pero las consecuencias serían desastrosas. Una vez que se deja de pagar la deuda y se pone fin a la austeridad, que no es otra cosa que el rigor en el gasto público, se entra en una espiral que empobrece a los países porque la inversión extranjera se retira, nadie te presta dinero y los capitales nacionales se retraen. Nadie quiere invertir en un país donde existe inseguridad.
Es absurdo pensar que el banquete griego lo financiarán los estados, como Alemania, que tienen una economía saneada. Este mismo criterio se puede aplicar a España si Podemos consiguiera llegar al poder. La cuestión es, una vez más, quién lo pagará. La conversión de estos países en los parias de la economía mundial no favorecerá a sus habitantes, sino que éstos verán cómo retrocede su bienestar y crece el paro. No somos economías aisladas y autosuficientes. La fuerza de España ha sido su estabilidad política.
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