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El grito

La Razón
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Hay gritos y gritos. De alegría, de gozo, de espanto, de pena, de sorpresa, de júbilo, de miedo... Gritos del arte, de la política o del deporte. «El grito» de Edvard Munch, del que el pintor noruego hizo cuatro copias, de las cuales dos fueron robadas y posteriormente recuperadas. No sé si impresiona más el gesto horrorizado de esa figura andrógina o los 119,9 millones de dólares que pagaron por una de las versiones en una subasta de Sothebys.

Sí, «El grito» de Munch, un clásico, o el grito de ¿asombro? que provocó el «Ecce Homo» de Elías García Martínez una vez «restaurado» por Cecilia Giménez Zueco. Susto o muerte, en fin. Eco mediático, seguro.

Y de la pinacoteca, al estadio, de los gritos alborozados del público cuando la hazaña es obra de arte, o de protesta cuando el delantero yerra un gol cantado o cuando el cantante es el portero. Y está el grito preparado, que no parece espontáneo sino alarido retador, de macho alfa, de Cristiano Ronaldo en la Gala del Balón de Oro de 2014. Blatter y Henry todavía no se han repuesto del susto. Ancelotti se mondaba.

El «siuuu» de Cristiano quizá no vuelva a escucharse en su boca hasta que el Real Madrid decida rascarse el bolsillo para doblarle la ficha, y no está por la labor, o hasta que cambie de club en el próximo mercado estival.

Otro grito, el de Lydia Valentín antes de levantar 150 kilos, el doble de su peso. En su caso, es tan femenino como liberador. Porque liberación y satisfacción es que después de diez años tenga colgada del cuello la medalla de plata de los Juegos de Pekín que tres tramposas le hurtaron. Marisol Casado, miembro del COI, se la ha entregado en presencia del ministro Méndez de Vigo en el COE.

Mientras Lydia celebraba emocionada el momento, Froome justificaba su dopaje por un problema de riñón. A buenas horas. Para gritar.