Cristina López Schlichting
El hidalgo catalán
José Manuel Lara era ante todo un señor. Creo que tengo el honor de haberle hecho la última entrevista radiofónica en vida, gracias a mi enchufe con el gran Mauricio Casals. Ni siquiera la gestión del encuentro fue irrelevante, con muchísima paciencia sorteó todos los escollos de su cargada agenda, aclaró que los fines de semana seguía saliendo de viaje y buscó con galantería el espacio más adecuado. Tenía un sentido del humor estruendoso y sutil a la vez y esa capacidad para ponerse a la altura de todo el mundo, como si fuese un vecino cuando el interlocutor sabía que era el empresario más importante de la comunicación en España y un viajero que había sabido abrazar muchas culturas y abrocharlas entre sí hasta expandir el imperio literario que había fundado su padre, José Manuel Lara Hernández. A este hombre que ha marcado la historia de España le tocó sufrir España, como les ha tocado a todos nuestros grandes. Cruz de Sant Jordi de Cataluña e hijo adoptivo de Sevilla, se le cruzaron en los pulsos y en el corazón los dos salvajes de Goya, y ambos pretendían golpearlo. Con un valor singular se plantó con su emporio en mitad del patio de Monipodio y dijo que bastaba ya, que si Cataluña se independizaba, tendría que marcharse; que la lengua española no se podía partir, que era tan del este como del sur o del norte y que viajando se curan los nacionalismos. En una de sus arriesgadas operaciones trenzó la gigantesca Bertelsmann con el Grupo Planeta. ¿Cómo le iban a explicar a este hombre universal, que derribaba fronteras, que lo bueno y lo adelantado es partir los países a cachitos? Como amaba su patria chica y su patria grande, como se deleitaba con Pla y Cervantes, tenía todas las papeletas para sufrir castigo en este ruedo nuestro, en este albero que nos gusta llenar de sangre. Pero el II marqués del Pedroso de Lara estaba armado con la lanza del hidalgo y no se arredró. Enamorado como estaba de las palabras y el espíritu era imposible que una panda de políticos le metiese el miedo en el cuerpo y la gente se quedó maravillada de que pusiese los puntos sobre las íes y lidiase con los molinos de viento que aterrorizaban y aterrorizan a tantos. Lara es lo mejor del tejido catalán, el hombre sensato y el fenicio capaz de negociar y expandir sus transacciones por el mundo entero. Y es a la vez la belleza y la poesía de lo español, la que hace de una gala literaria una cena de príncipes y un sueño de noche estelar, la que se codea con Borges y Thomas Mann y Tolstoi y sabe que todos los hombres son hermanos y hablan la misma lengua y tienen el mismo deseo troquelado en el corazón.
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