Alfonso Ussía
El impostor
Conocí a Pedro Sánchez en mi periódico. En una de las escasísimas «La Razón de»... no protagonizadas por un ministro del Partido Popular. Los hubo que repitieron. Y se echó de menos a muchas y muy importantes personalidades políticas de España que no merecieron la oportunidad de presentar en un foro de libertad sus proyectos y sus ideas, como Susana Díaz y Albert Rivera, fundamentalmente. Pedro Sánchez me pareció, en principio, una persona bien educada, cortés, con la simpatía camuflada y una serenidad ante sus propias nubes dignas de un político.Era el Pedro Sánchez anterior a la bofetada electoral, el de «jamás pactaré con los populistas» y todas esas patrañas. Pero no se me antojó un impostor. La verdad es que mi intuición con las personas normales ha acertado casi siempre a lo largo de mi vida, y con los políticos, en muy pocas ocasiones.
Para colmo, Pedro Sánchez fue jugador de baloncesto, un deporte que exige por los permanentes y bruscos contactos del juego, una ejemplaridad que no se da en otras especialidades.
En un partido de rugby disputado entre las selecciones de Sudáfrica y Nueva Zelanda, el entrenador sudafricano, harto de los melodramas y falsas lesiones de sus jugadores, les gritó en un aparte: «¡Mujerzuelas, parecéis futbolistas!».
Nada más contraproducente y humillante que un deportista que finge un dolor que no padece en beneficio propio. El impostor que se queja y exagera hasta la tragicomedia la acción de un adversario en beneficio de la mentira. O el que hace daño a sabiendas de que lo hace a espaldas de los árbitros, convirtiendo el deporte limpio en una cloaca. Entre estos últimos hay dos clases. Los listos y los tontos, igualmente indeseables. Entre los listos, el uruguayo del «Barça» Luis Suárez, y entre los tontos, el español nacido en la sevillana Camas, Sergio Ramos. Uno lo hace cuando los árbitros no están al loro, y el otro cuando los tiene a menos de un metro de distancia y con el pito dispuesto. Pero la impostura y la suciedad son las mismas.
Pedro Sánchez es un impostor al estilo de Luis Suárez, que a fuerza de engaños, simulaciones, mentiras, exageraciones y acciones estúpidas, ha pasado a ser como Sergio Ramos. No es creíble. Aparece en cualquier foro y antes de abrir la boca, igual sus partidarios que sus adversarios, comentan a sus vísceras: «Mentira». Creo que está protagonizando el camino más falso y desconsolador que ha cubierto un político en España desde que se recuperó la libertad. Pablo Iglesias es un mentiroso y un resentido, pero no un impostor. Todos sabemos hacia dónde va y los motivos de su senda. Pero no ha hecho una profesión del engaño. No engaña a nadie. Un tipo que se atreve a no condenar el terrorismo islámico, a elogiar a los terroristas de la ETA, a felicitarse por la existencia de presos políticos en Venezuela y no considerar rechazable que los homosexuales sean colgados con la soga al cuello desde las grúas iraníes, no está fingiendo. Como no miente cuando defiende que la unidad de España le importa un bledo y que ese «derecho a decidir» que se han inventado los separatistas, es un derecho que sobrevuela el contenido de la Constitución. Es un pájaro de cuentas, pero no un impostor.
Impostor es el que va de bueno y no lo es. El que va de conciliador y tolerante, y no concilia ni tolera. El que va de patriota y acuerda pactos secretos con los separatistas. El que va de héroe cuando es un cobarde, y presume de lealtades mientras asume que la traición es la más conveniente de las armas para alcanzar su ambición. Me equivoqué cuando lo conocí en La Razón. Pero ignoraba tener la capacidad de equivocarme tan rotundamente. Me desprecio.
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