Marta Robles
El ingeniero
Hay personas que nacen con unos talentos inigualables y son capaces de demostrarlos alguna vez en la vida... otras no tienen la oportunidad. Fernando Alonso es sin duda el mejor piloto de F-1 del mundo y hemos podido comprobarlo reiteradamente. Tal vez por eso pensábamos que siempre sería imbatible y más aún si firmaba con la escudería más famosa del mundo. Olvidábamos que, en pleno siglo XXI, en la era de la tecnología, hay algo incluso más importante que el talento y es elegir la máquina adecuada para poder desarrollarlo. El alma de la F-1 son los pilotos, sí, pero también los coches. Y los coches los hacen los ingenieros. Su talento, normalmente menos visible que el de las estrellas, puede potenciar o reducir los talentos de quienes conducen y llevarlos directos al podio o dejarlos sin él para siempre. Vettel es un gran piloto. Posiblemente no tan grande como Alonso, pero un gran piloto. Sin embargo, su coche, el Red Bull del ingeniero Adrian Newey, resulta imbatible. Poco o nada puede hacer Alonso contra esta piedra en el camino. Por mucho que pise el acelerador y por más que ponga su talento a su servicio, o sencillamente lo conjugue con él, siempre quedará segundo. Un puesto regio para casi cualquiera. Jamás para un campeón como Alonso, cuyo lugar natural debería ser, casi siempre, la primera posición. Desgraciadamente, su oponente no se debe medir con él sobre el asfalto, sino que lo hace a través de la invencible máquina creada por él. Es el poder del ingeniero. Padre de las máquinas, dueñas y señoras de nuestro tiempo.
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