Alfonso Ussía
El jarrón esquivo
El mes de agosto es el pintiparado para escribir de hechos y situaciones importantes. Y la idea me la ha brindado mi querido y viejo amigo Jesús Amilibia, en su «Diario de un Yayoflauta» que publica en LA RAZÓN. Jesús titula el capítulo, certeramente escrito como todos los suyos, con seguridad: «Vargas Llosa no quiere ser un jarrón chino». Y lo celebro. Tengo a Vargas Llosa por un extraordinario escritor al que además, de mucho tiempo atrás, admiro y estimo. Desde que leí de joven «Pantaleón y las Visitadoras», sus obras me han acompañado siempre. Su última gloria literaria «La Fiesta del Chivo» es una joya que merece segundas y terceras lecturas para captar matices y regates. Me pareció un valiente cuando se presentó a las elecciones por la Presidencia de Perú, y he tenido la fortuna de compartir con su talento charlas y tertulias.
En cuestiones privadas, si quieres ser respetado hay que saber respetar, aunque me causara cierta sorpresa sus relaciones con Isabel Preysler. Me preocupó su figura de segundón, de acompañante, en el mundillo que ella gobierna. Vargas Llosa no puede ser acompañante de nada y de nadie, porque el primer lugar se lo ha ganado él durante una larga vida de trabajo, sabiduría y talento. Pero ese no es el mundo que se encontrará a partir de ahora, sino un paraíso multicolor, fotográfico y cerámico del que se va a cansar en breve. Isabel Preysler es genial en lo suyo, aunque nadie haya descubierto aún en qué consiste lo suyo. Pero manda. Y elige con acierto a sus hombres. Julio Iglesias le aupó a la fama, el marqués de Griñón le dio lecciones de señorío, con Miguel Boyer aprendió las matemáticas con hondura y Mario Vargas Llosa le ha entregado su descomunal talento literario. Pero el gran peruano-español es diablo viejo, y tiene un desarrollado sentido del ridículo. Se había anunciado que Vargas Llosa acompañaría a su nuevo y desinteresado amor a la gran fiesta de inauguración en Manhattan de una impresionante tienda de los azulejos que lleva anunciando y representando desde pocos meses después de hacer la Primera Comunión. El gancho culto, por supuesto, era Mario Vargas Llosa, que se ha apresurado a adelantar que no asistirá al evento neoyorquino. Un escritor de su talla nada tiene que hacer entre azulejos. No es un jarrón chino, y como sentencia Amilibia, menos aún de Porcelanosa.
En el hombre, el amor es una enfermedad. Cambia su visión del mundo y pierde el sentido de la medida. La mujer es más inteligente, sosegada y si me está permitido escribirlo, que lo dudo, calculadora. A Mario no se le pasaría por la cabeza pedir a su nuevo amor que le escribiera un discurso, pero ella no tiene reparos en rogarle que sea su acompañante en la inauguración de una tienda de azulejos. Sucede que el amor del hombre, en ocasiones, enciende su alarma y procura la prudencia. En la intimidad, les deseo la más completa felicidad, personal y familiar. Pero en público, Mario Vargas Llosa no puede humillarse y someterse ante la indescriptible y pavorosa popularidad de ella. Dominar la enfermedad del amor está al alcance de los elegidos, y creo sinceramente que Vargas Llosa es uno de ellos. Se empieza inaugurando una tienda de azulejos y se termina en boca de todos. Porque una cesión inicial rompe todas las murallas, y estas mujeres con el carácter y la capacidad de encantamiento similares a los de ella, avasallan si advierten una grieta en el muro.
Isabel Preysler y el que esto escribe son partícipes de una misma ventaja vital. Ni yo soy su tipo, ni ella el mío. Pero me causa asombro creciente el inteligente, florido y estallante crecimiento de su buganvilla. Sus conquistas nada tienen que ver con la vulgaridad. Apunta alto y lejos, y le da a la caza alcance, como en los versos primorosos de San Juan de la Cruz, aunque la metáfora cazadora de Juan de Yepes vuele más alto que la de esta mujer, sin duda, apasionante para muchos, entre los que no me incluyo.
Entiendo que la inauguración de una tienda de azulejos diseñados y fabricados en Villarreal por una empresa española en el corazón de Manhattan, sea digna de ser admirada y concurrida. Hay mucha gente en Nueva York interesada en los azulejos. En Nueva York hay de todo, por tratarse de la ciudad más prodigiosa del mundo. Nada tiene que ver con los Estados Unidos. Es una ciudad aparte, capital del mundo. Y que los azulejos de España estén ahí, se me antoja un hecho feliz.
Acuda ella, que se mueve muy bien en esos ambientes, y reste el gran escritor en espera de su retorno. Vargas Llosa no es un adorno, ni un jarrón chino de Porcelanosa.
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