Alfonso Ussía
El Jijijí
Hay personajes en la política que viven encaramados en las alturas de sus puestos de observación. Otros se mojan, y ellos callan. Se elogia mucho ese desdén hacia la actividad ajena, y acostúmbrase a confundir el silencio con la prudencia y la sabiduría. En una sesión parlamentaria, y ante un aluvión de datos y argumentos de Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón –hasta sus más enconados enemigos reconocen su brillantez parlamentaria–, Alfonso Guerra, que era el vicepresidente del Gobierno y a quien Herrero dirigía la prédica, respondió con el mutismo. Hizo un gesto desdeñoso y renunció a la réplica. Algunos periodistas lo interpretaron como un signo de suprema inteligencia, pero Herrero los bajó del guindo: «Usted no me replica porque no sabe qué decir, como casi siempre y en casi todo». Y Guerra estaba dotado de una corrosiva ironía, pero el asunto de marras le sorprendió desprevenido y poco preparado para debatir. En la sociedad española, hay personajes listísimos que hablan lo justo pero un poco menos, que no se establecen del todo en lado alguno y que al cabo del tiempo, se convierten en referencia del prestigio. Y en los partidos políticos, lo mismo de lo mismo. Yo les digo los «jijijí», en homenaje a un admirable cernícalo amazónico, gran observador y un tanto desdeñoso con el resto de sus compañeros en la selva.
Como todo ornitólogo sabe, el Uyuyui es un ave que anida en los pedregales del Amazonas y el Orinoco. El de más bello plumaje es el Uyuyui del Caroní. Se alimenta de insectos, vuela a gran velocidad y le cuelgan dos enormes cojonazos que superan la longitud de sus patas, de tal guisa, que al posarse en los pedregales emiten un desconsolador «¡uyuyui!» adelantándose al lacerante dolor que les garantiza el aterrizaje.
El Uyuyui es ave laboriosa y comprometida, en ocasiones muy entusiasta y con muy mala memoria. Sólo se acuerda de sus características testiculares pocos segundos antes de aterrizar, de ahí sus desgarradores «¡uyuyuy!» con los que anuncian el desastre. Todo lo contrario que el «Jijijí», que es una especie de cernícalo pasivo y egoísta que vive en las ramas altas de los caobos que crecen junto a los pedregales. El Jijijí es una rapaz muda, estática, desdeñosa e indolente, que pasa horas y horas como si estuviera disecada, y que sólo reacciona cuando un Uyuyui se acerca a gran velocidad con el fin de tomar tierra. En tal tesitura, alza el vuelo para observar mejor la operación, y cuando el Uyuyui gime de dolor en su violento aterrizaje, emite un «jijijí» de muy complicada justificación social.
Vengo observando últimamente, que el Jijijí del PSOE es Madina. Supera en altura al resto de sus compañeros. Ha conseguido que sin decir apenas nada casi todos estén pendientes de sus silencios, y cuando Rubalcaba aterriza violenta y precipitadamente sobre los pedregales, él observa, sonríe y muy quedamente, piano, piano, como la bellotita de la coscoja, suelta su «jijijí» sin hacerse notar demasiado, porque al Jijijí no le emociona la toma de posturas ni las complicaciones que procuran las palabras. Pero cada día está más alto, y cuando alcance la copa cimera del socialismo comprobaremos en verdad lo que da de si quien no ha hecho otra cosa que dar de no en los últimos tiempos. Unos se queman y otros sobrevuelan, que ese y no otro es el secreto de la política.
Sonrisilla sádica y desdeñosa. Cuando Rubalcaba aterriza y gime de dolor, el Jijijí se despluma de risa. Como le sucede a Gallardón cada vez que aterriza Rajoy, el Jijijí y el Uyuyui del Partido Popular, respectivamente.
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