Alfonso Merlos

El ludópata

El ludópata
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Game over». Apreciado Rubalcaba, el juego se ha terminado. Con resultado negativo. El jugador no ha podido completarlo con éxito. ¿Piensa seguir metiéndole monedas a la maquinita? ¿Hasta cuándo? ¿Por qué? ¿Confunde la política con una tragaperras o con una de marcianitos? ¿Todavía no ha llegado la hora de retirarse? ¿Qué tiene que ocurrir? ¿Hay un límite al ridículo?

No nos enredemos en la especial idiosincrasia, en el particular estatuto, en la peculiar personalidad jurídica del PSC. No es lo determinante para España que las ahora desorientadas y apocadas huestes del gris Pere Navarro sean vistas como centralistas en Cataluña y separatistas en Madrid. Casi siempre ha sido así. Tampoco importa una higa que formen parte del PSOE para lo que les interesa y sean un cuerpo enteramente extraño –bastante más que un incómodo apéndice– cuando no les conviene. ¿Qué clase de burla y de esquizofrenia es ésta?

El hecho crucial es que Ferraz se ha quedado colgando de la brocha. Sin liderazgo, sin discurso, sin un proyecto integral y nacional. ¿Por qué ahora comparece Rubalcaba remachando lo decisivo de que su partido conserve el carácter español en sus siglas cuando hace cuatro días propuso cambiarlas para introducir su vocación europea? ¿No son suficientes los bandazos y las torpezas? ¿Se puede adolecer todavía de más vergonzante falta de credibilidad?

Siempre que hay ocasión de volver a estrellarse, el otrora genio de Solares lo consigue. ¡Pero ya está bien! El líder de la oposición no puede comportarse en una gran nación como un ludópata. Ya son más de tres décadas en la política medrando, enredando, intrigando. Que alguien, por favor, le haga reprimir sus impulsos, que le haga ser consciente de las consecuencias de sus actos, que le detenga. Las adicciones y los trastornos deben ser atajados a tiempo. Aguerridos militantes de la izquierda: ayúdennos a controlar a su jefe. Gracias.