Cristina López Schlichting
El machismo existe
Oh, sí, sí que existe. Crecí rodeada de monjas (en el cole) y de hermanas (en casa), así que no sabía lo que se cocía ahí fuera. Las religiosas eran de armas tomar –mujeres con el temple de doña Jimena, que ponían firme a quien hiciese falta– y mi madre, no les cuento, así que tenía un modelo fuerte. Salí como un miura al ruedo y, aunque es verdad que a las chicas se le exige demostrarlo todo (hay muchos varones mediocres cómodamente asentados en puestos difíciles de alcanzar para nosotras) fui sorteando obstáculos a fuerza de estudio, empuje, idiomas. Ahora confieso que estoy cansada. Con casi 50 años sigo oyendo a los hombres comentar lo fea que es tal o cual dirigente política –como si Rajoy, Almodóvar o Florentino destacasen por su belleza– y estoy rodeada de varones a los que les encanta palmearse la espalda unos a otros. El machismo no es fácil de remover. Nos animan tipos como el Papa Francisco, pero no sólo es un problema educativo. Es, sobre todo, una trama de comodidades establecidas. Hombres y mujeres somos diferentes y a los machitos no les gusta ver a señoras en sus pagos. Prueba de ello es que abundan las mujeres directivas sólo donde las oposiciones y los méritos lo garantizan: universidades, hospitales, Administración. Donde impera la real voluntad del macho, no hay grandes cambios: consejos de dirección, alta administración de la empresa privada, sectores ejecutivos máximos. El poder y el dinero siguen siendo mayoritariamente masculinos. Sencillamente, los de arriba eligen a sus iguales. Y esas cosas de pelo largo y tacones les producen desconcierto, ¿para qué arriesgarse? Queda un largo camino y hace tiempo que me pasé a las cuotas. No entiendo a las mujeres que las rechazan. Jamás habrá paridad si la Ley no obliga a ello.
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