Alfonso Ussía
El Madrid idílico
Eguiguren, ese maltratador de mujeres condenado que preside a los socialistas vascos, ha escrito que en Madrid, con la ETA, se vivía mejor. Rubalcaba, Pachi López y un portavoz de esos que viven de ser portavoces del PSOE le han regañado un poquito. Dicen en el PSE que están «buscándole una salida». En el PSE no se enteran de nada. Todos los que hemos seguido de cerca las andanzas, acciones y declaraciones de Eguiguren sabemos cuál es su única salida. Atreverse a formar parte del grupo de los suyos, ingresar en Bildu, escribir en «Gara» y dejarse de disfraces.
En Madrid, la ETA ha asesinado a 123 personas. Un Madrid maravilloso, humeante, estallado de explosiones y cuerpos, adornado simultáneamente con flores y miembros amputados. Que le pregunten a Irene Villa si añora aquel Madrid en el que se vivía tan bien. O a los guardias civiles de Juan Bravo y República Dominicana. O a los militares y policías nacionales que despedían a su familia y eran masacrados por los asesinos. O a los jueces, magistrados y fiscales. O a la gente que paseaba por la calle con afán de provocación. Aquel Madrid en el que la ETA mataba era el Madrid preferido por Eguiguren.
Y no hay que resumirse en los muertos. Cada inocente asesinado conllevaba en su quietud y en su destrozo el asesinato de su familia. El dolor de la ausencia irreparable. El desprecio de determinados partidos políticos que gobernaban en las provincias vascas con nacionalistas y Batasuna. El olvido, la ingratitud, la ruina. La herida para toda la vida. La silla de ruedas. La mente perdida. Pero era un Madrid que gustaba mucho a Eguiguren. Por desgracia, él no vivía aquí, y allí arriba tenía plena seguridad en sus movimientos y en sus deambulares, porque Eguiguren fue siempre bien querido y más respetado por quienes venían a Madrid a matar para hacer de la Capital de España una ciudad más acogedora y divertida.
Lástima que Eguiguren se haya acordado exclusivamente de Madrid. También se vivía mejor en el País Vasco, con el asesinato de 576 seres humanos, entre Guipúzcoa, Vizcaya y Álava. Y también se vivía mejor en Navarra, con 42 asesinados. Y en Andalucía, alegre, soleada y risueña, con 13 víctimas inocentes. María Teresa Jiménez-Becerril, por ejemplo, añora mucho el jolgorio del entierro de su hermano y su cuñada, la orfandad de sus sobrinos, el dolor de su madre. Y Cataluña, con sus 54 muertos. ¡Qué bien se lo pasaron los barceloneses con la bomba en los aparcamientos del Hipercor! Y Aragón, con 16 muertos, y aquellos niños destrozados en la Casa Cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza, caídos en la «lucha armada», camino del colegio, peligrosamente armados de cuadernos, lápices y los «donuts» para el recreo. Y Castilla, La Rioja y Cantabria, con sus diez cadáveres expuestos para diversión de la gente con el gusto por la añoranza de Eguiguren. Y en Mallorca, Valencia, Alicante, Murcia...
¡Qué bien se vivía cuando un disparo en la nuca o una bomba lapa, o un coche-bomba se llevaban por delante las vidas de los que por allí pasaban, o de los que eran perseguidos, o de los que simplemente, por inoportunos, se colocaron entre la metralla y sus objetivos! Se vivía muy bien, y eso lo sabe Eguiguren, que al fin lo ha reconocido.
No sé, pero quizá Zapatero, que lo eligió para tomar copas con Otegui y Pachi López, o quizá Rubalcaba, o quizá la siempre encendida Elena Valenciano, o quizá los portavoces en el Congreso y el Senado del PSOE, quizá alguno de ellos puede dar el paso y declarar indigno a Eguiguren. Quizá algún socialista o comunista o nacionalista manifieste que un individuo de esa calaña no puede presidir un partido político. Qué bien se vivía en Madrid cuando la ETA asesinaba. Qué bien, qué bien, qué bien.
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