Gonzalo Alonso

El mal de nuestro tiempo

La Razón
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No es cuestión de volver a cuando los cantantes salían a escena con sus propias ropas, pero algo ha de cambiar. La historia de la dirección escénica es larga y han sido frecuentes las reacciones del público a lo que ha considerado como trasgresiones. Todo un Toscanini vio como se venía abajo un «Tristan» en la Scala en 1923 y Wieland Wagner fue abucheado en sus «Maestros cantores» de 1956 en Bayreuth, pero Adolphe Appia y Edward Gordon Craig iniciaron a finales del XIX el camino que llega hasta hoy y que, a pesar del público, parece imparable. Lo importante no es la obra en sí, sino llevar la atención del espectador al «Konzept» del regista. A ello se añadió en los años veinte la «politización» del teatro. Se nos dice en cada nueva producción que se ha buscado el verdadero espíritu de la obra adecuándola a nuestro tiempo. Estamos ante el «Regietheater». Violeta no se muere de tisis, sino de sobredosis, Manrico y el Conde de Luna son toreros rivales, Salomé rige un burdel... Incluso el regista cambia el orden de las escenas o el texto si conviene a sus fines. Las subvenciones en Europa y los medios de comunicación han influido poderosamente en la manipulación que se da hoy en la escena. Se busca presentar algo que obligue a reaccionar al espectador. Se contrata a nombres muy populares de otros campos que, ajenos al medio lírico, separan escena de música o a nombres que han hecho su carrera a través del escándalo y, gracias a que éste es promocionado por los medios de comunicación, logran que su fama crezca. Llegamos así a producciones como la de Bieito para su «Carmen» de 1999, una recreación pensada y coherente, pero a la que le sobran gratuidades como la de la bandera carlista española o la insinuación de pedofilia. Fueron aportadas para crear la polémica y así abrirse camino y bien que lo consiguió. Me pregunto qué habría pasado si el Liceo hubiese repuesto ahora, con la tensión política existente, su «Baile de máscaras» en vez de la producción de Boussard; o cómo es posible que París destroce el inmejorable reparto de su nuevo «Don Carlo» con una producción, al parecer imposible, de Warlikowski; y, compruebo con satisfacción, cómo la «Norma» del Met emociona porque a sus intérpretes no les hunden los decorados. Verdi ya lo sentenció: «Demos un paso atrás, que será un paso adelante». Esto es lo que habría que hacer en casi todo.